lunes, 27 de febrero de 2017

Moonlight

Demasiada mesura






Suburbio de Miami, niño negro, padre ausente, madre drogadicta, acoso escolar, escarceo homosexual, malas (o no tanto) compañías… Con semejante panorama, Barry Jenkins podría haber hecho un histriónico melodrama indie como Precious (Lee Daniels, 2009), o bien una espectacular historia de iniciación y ascensión criminal como Ciudad de Dios (Fernando Meirelles, 2002). En vez una u otra opción, el director apuesta por un punto intermedio, que es a la vez su virtud y su lastre.

Virtud, porque le da un toque peculiar, huye de lugares comunes y giros previsibles, y demuestra personalidad y un atractivo estilo visual, lejos del feísmo y el naturalismo impostado tan típico del cine autodenominado independiente.

Y también lastre, porque narrativamente parece secundar la idea del relato-iceberg que sostenía Hemingway (solo nos enseña la punta de la historia, y el resto lo deduce el público), pero Jenkins se empeña tanto en ser elíptico y elusivo que termina invirtiendo los efectos, y en vez de mostrar lo mínimo para contar lo máximo, queda la sensación de que en realidad muestra mucho (una hora y cincuenta minutos) y al mismo tiempo se deja otro tanto por contar.

Al final, uno se queda con ganas de saber más sobre la vida y los chanchullos del protagonista ya adulto, y además algunos secundarios desaparecen de manera demasiado drástica (no sé si por cuestiones de guion o de montaje), acentuando esa sensación de media tinta o de aspirante que no alcanza la meta. Ay, si el director hubiera optado por ser menos "poético" y más narrativo...

Con todo, una película interesante y a ratos emocionante, aunque me temo que no para cualquier público (se exhibe en multisalas por lo del Oscar, pero en condiciones normales habría ido directa al circuito minimalista de la versión original).



Director: Barry Jenkins
Guion: Barry Jenkins
Intérpretes: Trevante Rhodes, Naomie Harris, Mahershala Ali, Ashton Sanders
País: Estados Unidos

domingo, 26 de febrero de 2017

Cuidado con los premios


No negaré que me sorprende la valoración puramente cuantitativa que mucha gente sigue utilizando para opinar sobre los Oscar y otros premios similares. Tampoco es que proceda una valoración cualitativa (sea lo que sea eso, que nunca ha estado claro del todo). A ver; los premios los conceden unos señores que votan. Perogrullo, volumen uno: el resultado del galardón es directamente proporcional a la opinión del que vota; ergo, subjetividad pura (con el añadido de otros posibles intereses que todos imaginamos).

Otra cosa es que podamos opinar nosotros también (faltaría más), que usemos nuestra subjetividad libre y respetable para cuestionar o valorar lo que se ha votado, y contrastarlo asimismo con nuestros gustos y opiniones personales. Hasta aquí, creo yo, todo obvio y cristalino.

Sin embargo, urge una aclaración respecto al asunto de la cantidad. Hollywood no es Eurovisión. Es decir, no es una cuestión de sumar más puntos que otros. Por tanto, que una película gane ocho premios Oscar no se traduce en que haya que considerarla necesariamente mejor que otra que haya ganado sólo uno o dos.

Más claro (Perogrullo, volumen dos): si una película gana seis premios, y dichos premios son, por ejemplo, a la mejor canción, el mejor montaje, los mejores efectos de sonido, el mejor maquillaje, la mejor música original y el mejor vestuario, su prestigio cinematográfico nunca va a situarse por encima del de otro filme que haya ganado un solo Oscar, pero en este caso a la mejor película, o incluso al mejor director o el mejor guion. Lo digo sobre todo para que no caigáis en la trampa de ir a ver una película por el simple hecho de que la anuncien como “candidata a/premiada con” tropecientos Globos de Oro, Oscars o Goyas. Somos mayores y sabemos leer. O eso creo.

Y, bueno, va, Perogrullo, volumen tres: los premios son como la suerte, o como el dinero: no siempre tiene más quien más lo merece. Lo importante es que os fieis de vuestro gusto o, en su defecto, vuestra intuición. Que para otras cosas bien que nos gusta presumir de criterio propio.


miércoles, 22 de febrero de 2017

La ciudad de las estrellas (La La Land)

Esto es Jólibuz














Tratándose de un musical, y aunque suene contradictorio, lo primero que sorprende de esta película es que sus referencias apunten más a Hollywood que a Broadway. El patrón artístico y estético, y la manera de concebir los números musicales, recuerdan al cine y no al teatro, a esas películas en Technicolor y Cinemascope en las que señores con esmoquin y señoras con faldas de vuelo zapateaban y se contoneaban mientras intercambiaban confesiones de amor y rituales de cortejo.

En La ciudad de las estrellas las canciones importan tanto o más que los bailes. La coreografía, de hecho, se aprecia sobre todo en la cámara y en las piruetas narrativas, algunas excelentes como la previa al desenlace o el plano secuencia inicial en el atasco de tráfico. El director se divierte a base de juegos circulares con el espacio y la cronología, y lo remata con un final que arriesga y brilla en lo narrativo añadiendo un punto agridulce.

Con un protagonismo absoluto de la pareja formada por Emma Stone y Ryan Gosling (no recuerdo muchas películas en las que los secundarios importen tan poco), Chazelle incluso renuncia a roles clásicos de la comedia romántica, como los amigos chistosos o excéntricos que dan el contrapunto y justifican subtramas o gags aislados. Aquí, la verdad sea dicha, escasean los momentos de comedia (la imposibilidad del primer beso, el boicot al bar de samba y tapas), y se apuesta principalmente por el melodrama contenido.

Viendo cómo ha acaparado candidaturas para los Oscar, da la impresión de que es un proyecto concebido para emular la gloria reciente de The Artist (Michael Hazanavicius, 2011), pero si en esta el modelo era Cantando bajo la lluvia (Stanley Donen, Gene Kelly, 1952), en La ciudad de las estrellas casi todos los guiños se los lleva Casablanca (Michael Curtiz, 1942): él, un antihéroe romántico de flequillo caído amorrado a un piano y al sueño de recuperar su club de jazz; ella, una joven soñadora de ojos como planetas y con una foto gigante de Ingrid Bergman cubriendo la pared de su cuarto. Y París, claro, que aparece de forma intermitente en imágenes, en diálogos y en la letra de alguna canción.

Así pues, un buen musical que envuelve a una historia no demasiado original y que reflexiona sobre si la realización de los sueños individuales puede ser perjudicial para el éxito de un proyecto colectivo como el de la vida en pareja. Por otra parte, se trata de un ejercicio de nostalgia y cariño hacia un cine ya extinto, que deja en sus primeros minutos una frase que pasa casi desapercibida pero que tal vez tenga más intención de la que aparenta: “Esto es Los Ángeles; aquí lo adoramos todo y no valoramos nada”.









La música era también el motivo central de Whiplash (2014), la anterior película de Damien Chazelle, un drama que funciona como un thriller, como una de esas historias de duelos encarnizados entre dos personajes antagonistas (¿o no tanto?) y tan admirables como antipáticos, según el momento. Todo ello para lanzarnos la eterna pregunta de si el genio nace o se hace, de si el talento es una condición innata o un músculo que se ejercita y entrena para sacarle el mejor partido; y, lo principal, si ese talento hay que sacarlo a fuerza de sangre, sudor y hostias, o bien si uno puede estar seguro de que aflorará de manera natural por el mero hecho de llevarlo dentro. Muy interesante, la verdad, y a pesar de que cueste creer que el mundo de las escuelas de jazz sea tan parecido al cuartel de los marines de La chaqueta metálica (Stanley Kubrick, 1987) o El sargento de hierro (Clint Eastwood, 1986), dos modelos que vienen inevitablemente a la mente al observar el comportamiento del personaje interpretado por J. K. Simmons, que se llevó el Oscar gracias a este villano atípico. En resumen, el hecho de que una película sobre una orquesta de jazz tenga casi tanta sangre como Uno de los nuestros (Martin Scorsese, 1988) no debería ser impedimento para disfrutarla, y menos ahora, que su director se va a poner de moda por subírsele a la chepa al Titanic de Cameron, a quien podría arrebatarle el récord de la sala trofeos más abarrotada. Veremos.


Director: Damien Chazelle
Guion: Damien Chazelle
Intérpretes: Emma Stone, Ryan Gosling
País: Estados Unidos


miércoles, 15 de febrero de 2017

Loving

Pelear sin hacer ruido







El conflicto racial en el sur de los Estados Unidos es un tema tan recurrente y rentable para el cine como el holocausto nazi, y, además, acostumbra a ser muy del gusto de quienes preparan el menú de candidaturas a los premios de Hollywood.

Hasta aquí, lo previsible; pues Loving, si algo posee, es el rasgo distintivo de la contemplación y la delicadeza frente a la más acostumbrada visión desgarrada y truculenta de este tipo de historias. Es decir, que no nos vamos a encontrar con un muestrario de latigazos y vejaciones al estilo de 12 años de esclavitud (Steve McQueen, 2013) o Django desencadenado (Quentin Tarantino, 2012), ambas muy recomendables, por cierto. Tampoco, aunque coincide en el contexto histórico, se inclina por desarrollar la trama desde el enfoque reivindicativo y policial de la monumental Arde Mississippi (Alan Parker, 1988).

Esta es la historia real de Richard y Mildred, blanco él, negra ella, a quienes se les ocurrió nada menos que casarse y tener hijos mestizos en la Virginia de finales de los 50, lo que les acarreó arrestos, encarcelamientos y hasta el destierro. Como el paranoico apocalíptico de Take shelter o el marginado zarrapastroso de Mud, este Richard Loving es un tipo con el que Nichols se maneja a la perfección. Un hombre sencillo, rudo, algo taciturno pero bondadoso en su simpleza, alguien que solo desea vivir con los suyos sin molestar a nadie, que no quiere alcanzar la fama ni ser la cabeza visible de ningún movimiento social. No es una trama especialmente novedosa, salvo por el hecho peculiar de que ese personaje central, ese señor común amenazado por la sinrazón y los prejuicios, es esta vez un hombre blanco. Y tiene su mérito que un relato que aborda la lucha de una pareja por defender su dignidad y sus derechos durante una década prescinda de exabruptos y golpes de efecto, y, aun así, logre transmitir lo que se propone llegando hasta las mismas entrañas.

Es, pues, una película intimista y emotiva, pero de ritmo reposado, así que cuidado con quienes esperen lágrimas por aspersión y fuertes sacudidas, porque no hallarán nada de eso. Encontrarán, a cambio, una manera sutil de conmover con un manejo minucioso y calculado de los momentos cumbre de esta odisea verídica.

Ruth Negga es candidata este año al Oscar con todo merecimiento. Joel Edgerton debería estar también nominado, y no solo por su interpretación en esta película. Ya puestos, aprovecho para recomendar su opera prima como director, El regalo, estrenada el verano pasado sin demasiado entusiasmo y, por supuesto, ignorada en todas las listas de aspirantes a galardones y reconocimientos del gremio, aunque, para el que suscribe, se trate de una de las mejores películas de 2016. Ahí lo dejo.


Director: Jeff Nichols
Guion: Jeff Nichols
Intérpretes: Joel Edgerton, Ruth Negga, Michael Shannon
País: Estados Unidos


viernes, 10 de febrero de 2017

Tu peli me suena (2) - Aullidos



Aullidos (Joe Dante, 1981) fue una película de terror de los 80 que muchos vimos directamente en videocasete, y quizá por ello se convirtió en una especie de clásico underground, una de esas piezas que se asumen como cutres pero que al mismo tiempo poseen algo irresistible dentro de su esperpento, o incluso lo que muchos gustan en llamar placer culpable (antológica su última frase: “Una hamburguesa… poco hecha”). Sea lo que sea, no es de esta película de lo que nos toca hablar hoy.

El título de la entrada viene por las tres canciones que comparto aquí con vosotros, en las cuales el aullido tiene tal protagonismo que diría que llega a ocupar el lugar que, en condiciones normales, debería pertenecerles a la melodía o la letra.

La primera, Werewolves of London, de El color del dinero (Martin Scorsese, 1986). La segunda, Woo Hoo, de Kill Bill Vol. 1 (Quentin Tarantino, 2003). La tercera, Please Mr. Kennedy, de Inside Llewyn Davis (Joel Coen y Ethan Coen, 2013); en esta, más que aullidos, lo que nos ofrecen Oscar Isaac, Justin Timberlake y (sobre todo) Adam Driver, es una portentosa exhibición de gemidos y guturalismos.

Que ustedes lo aúllen de placer.








lunes, 6 de febrero de 2017

Vivir de noche

Contra el mito y el prejuicio






Confieso que con el cine de gangsters tiendo a ser condescendiente y permisivo, principalmente por dos razones: la primera, pura debilidad personal; la segunda, porque existiendo dos tótems como la saga El Padrino (Francis Ford Coppola, 1972, 1974 y 1990) y el tándem Uno de los nuestros + Casino (Martin Scorsese, 1990 y 1995), hay que asumir que todo lo que venga después solo podrá aspirar como máximo al tercer peldaño del podio.

Y eso que hay un buen puñado de títulos aspirantes a la gloria como Muerte entre las flores (Joel y Ethan Coen, 1990), El precio del poder (Brian de Palma, 1983) o Érase una vez en América (Sergio Leone, 1984), por citar solo un trío de ases.

Visto lo visto, el director Ben Affleck partía ya con la desventaja de enfrentarse a una mitomanía consolidada e inflexible que, además, no suele ser tan benévola como el que suscribe (hoy en día mola el extremismo porque se confunde ser "auténtico" con ser, llanamente, radical). Por si esto fuera poco, siempre he notado que hay un cierto sector influyente de la cinefilia y la crítica aficionado a alimentarse de prejuicios o manías sistemáticas, y en su fatua aspiración de ser los más enrollados o los más destroyers del barrio parecen no saber diferenciar entre el Affleck que está delante de la cámara y el que está detrás.

Porque el ex novio de Jennifer López y ex pareja artística de Matt Damon es un director más que notable —Adiós, pequeña, adiós (2009), The Town (2011) y Argo (2013)—, el cual, Oscars aparte, se ha ganado a estas alturas el respeto del patio de butacas.

Vivir de noche adapta una novela de Dennis Lehane (Mystic River, Shutter Island, Adiós, pequeña, adiós…), ambientada en los últimos años de la ley seca, cuando se intuía la legalización del alcohol y había que ir pensando en enfocar los chanchullos hacia nuevos vicios (el juego, los narcóticos). Cuenta una historia típica del género: el ascenso del delincuente modesto a la primera división de hampa, con todo el necesario lastre de conflictos y dilemas para conciliar el trabajo y la familia, con sus tejemanejes de lealtades y traiciones, con sus guerrillas étnicas entre macarronis e irlandeses, con su cuidadito con este que parece mi amigo pero igual me endiña la puñalada cuando me gire, en fin, lo de casi siempre, muy bien presentado, con envoltorio brillante y sonido abrumador, una obra más que digna para olvidarte del mundo exterior durante dos horas.

Affleck se aleja del paradigma shakesperiano de los padrinos de Coppola y emparenta su película con las más contemporáneas Enemigos públicos (Michael Mann, 2009) o Los intocables de Elliot Ness (Brian de Palma, 1987). Le sobra, o estorba un poquito, también como casi siempre, algún pasaje romántico o seudo erótico que no aporta demasiado a la chicha principal del guiso, pero nada tan grave como para deslucir el conjunto.

Y sí. Que ya lo sé. Que a Ben Affleck le cuesta una mueca lo mismo que a Haneke una carcajada. Que el muchacho no es precisamente un prodigio de versatilidad y matices interpretativos. Seguro que con Christian Bale o Michael Fassbender como protagonista la película habría ganado en este aspecto. Pero ya está. Actores de un solo registro los ha habido a centenares, incluidos los histriónicos (parece que solo sean limitados los más hieráticos, como Richard Gere o Clint Eastwood, pero, si somos justos, tampoco es que Jack Nicholson o Woody Allen se hayan caracterizado por salirse del molde que los ha hecho carismáticos). Teniendo todo esto en cuenta, y partiendo de la base de que la perfección, además de odiosa, es imposible, nos queda una buena película. Yo me lo he pasado bárbaro.

Director: Ben Affleck
Guion: Ben Affleck (sobre la novela de Dennis Lehane)
Intérpretes: Ben Affleck, Chris Messina, Zoe Saldana, Elle Fanning, Brendan Gleeson, Chris Cooper, Sienna Miller
País: Alemania

jueves, 2 de febrero de 2017

Tu peli me suena (1) - Ennio Morricone



Inauguramos la sección Tu peli me suena con el ganador del último Oscar a la mejor banda sonora original. El venerable Ennio Morricone, a sus casi noventa tacos, recibió por fin el premio el año pasado (le habían dado uno honorífico en 2006, pero esos como que no cuentan, y además dan mal fario), de la mano devota de Tarantino, quien, además de especialista en sacar viejas glorias del frasco de formol (Pam Grier, David Carradine, Robert Forster, Rod Taylor, Don Johnson, Franco Nero… y, sí, Travolta, que en la época de Pulp Fiction andaba igual de trasnochado que la bola de espejitos de la discoteca donde se contoneaba Tony Manero), mantiene su cruzada particular para ennoblecer el Spaguetti Western, subgénero en el que Morricone siempre dio la mejor nota.

Sus composiciones para Sergio Leone no necesitan presentación (Por un puñado de dólares, La muerte tenía un precio, El bueno, el feo y el malo, Hasta que llegó su hora…), cualquier viajero ocioso en el andén de turno sería capaz de silbarlas, e igualmente famosa es su partitura para La misión (Roland Joffé, 1986), de la que incluso se abusa para dar pompa y grandilocuencia a trailers ajenos, anuncios publicitarios y resúmenes de remontadas futbolísticas.

Mi preferida, no obstante, es la banda sonora que compuso para Érase una vez en América (1984), también de su paisano Leone. En homenaje al maestro octogenario, os dejo con Deborah's theme, y, a continuación, con otras dos piezas: L’Ultima Diligenza di Red Rock, tema de apertura de Los odiosos ocho (Quentin Tarantino, 2015), que tuve el placer de escuchar en vivo en una monumental versión de la Film Symphony Orchestra, y el celebérrimo El hombre de la armónica, de la ya mencionada Hasta que llegó su hora.