lunes, 29 de mayo de 2017

Personal shopper

El fantasma tras la cámara






Imagino que Olivier Assayas es tan consciente de su condición de autor —mejor aún, de auteur— que ni por lo más remoto se le habrá pasado por la imaginación que podría haber hecho algo tan prosaico como una película de fantasmas. Pero eso es lo que es Personal shopper, o lo que debería ser, según se mire. Una de fantasmas, que no de terror; una cosa no tiene por qué implicar la otra.

Mucho pedir —tanta claridad y sencillez, digo— para un abanderado del cine de autor francés, entendido francés no como denominación de origen sino como declaración de intenciones.

Kristen Stewart es una joven que acaba de perder a su hermano gemelo y se gana la vida en París, trabajando de asistente personal para una insoportable modelo o diva de la prensa rosa (no me queda del todo claro, aunque no importa demasiado). El difunto siempre había presumido de poseer poderes para comunicarse con el más allá, y eso es lo que la protagonista se dispone a averiguar, esperando una señal desde el otro barrio de su recién fallecido e idéntico hermano. Después la historia se complica —es un decir; más bien, tan solo se alarga— con un mínimo giro hacia lo criminal resuelto de un brochazo, y con un tratamiento de lo esotérico que es loable en su intención de salirse de las fórmulas trilladas, pero que termina resultando exasperante.

Descubrimos cómo han evolucionado los métodos de invocación desde Víctor Hugo (que convocaba a las almas en pena a base de porrazos) hasta la actualidad (el fantasma se manifiesta vía mensajería instantánea en el iPhone; lo mismo Stebe Jobs ha vuelto a montar su chiringuito allá dónde esté), pero el empeño por darle al asunto profundidad intelectual y por sustituir el tópico susto por el subtexto metafísico termina lastrando un relato que comienza siendo prometedor —por un momento uno sueña con encontrarse con una propuesta sugerente en la línea de Elle (Paul Verhoeven, 2016), pero nada de eso—, hasta volverlo espeso, cansino y un pelín confuso. Porque, al fin y al cabo, eso es lo peor: si soy sincero, no termino de entender qué me quiere contar Assayas con esta historia.

Queda tan solo como poso un travelling, hacia el final de la película, que se repite dos veces de forma consecutiva con una sola diferencia que es mejor no desvelar. La virguería tiene un sentido en la trama, y técnicamente no hay nada que objetar. La cuestión es que, pensando sobre ello ahora, sospecho que tal vez Assayas haya rodado la película entera solo para justificar que tenía que meter ese travelling como fuera. Cosas de autor. De auteur, perdón. 



Director: Olivier Assayas
Guion: Olivier Assayas
Intérpretes: Kristen Stewart, Lars Eidinger, Nora von Waldsttätten, Anders Danielsen Lie
País: Francia

miércoles, 24 de mayo de 2017

Alien. Covenant

El bicho inmortal







Siempre he sostenido que, cuando Ridley Scott filmó sus dos obras maestras y señeras —Alien, el octavo pasajero (1979) y Blade Runner (1982)—, su máxima intención era regalarle al público un gran entretenimiento, cine de género de primera calidad. Ocurrió, sin embargo, que ambas películas pasaron a ser “de culto”, y entonces la cinefilia ceñuda y pretenciosa se vio en la obligación de reivindicarlas como cine de autor profundo y selecto.

Pero Scott siguió a lo suyo, y continuó cultivando su talento sin dejar de echarle el ojo al patio de butacas (Black rain, Thelma y Louise, Gladiator, Hannibal, American Gangster, Marte (The Martian)…), cosa que un servidor ha agradecido siempre, aunque muchos de los que lo veneraron en su día fueran desinflando su entusiasmo hasta perder del todo la fe en el director británico.

De un tiempo para acá, además, se ha impuesto que el cine de ciencia ficción abandone lo lúdico y se centre en lo filosófico, que plantee las grandes preguntas del ser humano y rescate el espíritu ambicioso —y pedante— de las obras de Kubrick y Tarkovsky. Nombres como Christopher Nolan (Origen, Interstellar) o Denis Villeneuve (Enemy, La llegada) abanderan esta nueva corriente (no por capricho, Villeneuve fue el elegido para dirigir la inminente secuela de Blade Runner).

Las secuelas de Alien fueron encargadas a directores talentosos (Cameron, Fincher, Jeunet) que resolvieron la papeleta con sobrada solvencia, pero en 2012 Scott tomó de nuevo las riendas (como hiciera Lucas con sus Galaxias) para hacerse cargo de Prometheus, primera de las tres precuelas que desembocan cronológicamente en la original Alien, el octavo pasajero. Y como exigía la tendencia en boga, añadió a su historia la cantidad suficiente de digresión filosófica, dilema existencial y arcanos cuánticos como para que los más tiquismiquis no pudieran acusarle de pirotécnico y mercachifle.

Más de lo mismo encontramos en Alien. Covenant, cuyos puntos débiles son precisamente sus parones rítmicos en aras de una profundidad que tal vez no necesita. Lo mejor, como siempre, aparece cuando la película recupera su alma genuina, cuando se centra en recordarnos que estamos ante el mejor híbrido de terror y ciencia ficción de la historia del cine (con permiso de los fieles de Carpenter, que ya sé que sois muchos), cuando vemos surgir al bicho de las entrañas de algún humano desgraciado y sentimos su amenaza correteando por los claustrofóbicos pasillos de una nave espacial.

Michael Fassbender es muy bueno, y le va perfecto a la ambigüedad inquietante de su personaje, pero se echa de menos un digno sucesor del rol de la teniente Ripley, hasta el punto de que a veces da la impresión de que el casting se ha esforzado más en los cameos (James Franco, Guy Pierce) que en el reparto principal.

Para los fans de Alien de toda la vida es una cita obligada y creo que satisfactoria pese a sus ciertos altibajos. Para los neófitos —si es que aún queda alguno—, recomiendo con urgencia el visionado de la película de 1979. Como ya mencioné el día que tocó hablar de Life (David Espinosa, 2017), comprobarán lo bien que envejecen algunas películas y por qué se han ganado con merecimiento la etiqueta de clásicas.


Director: Ridley Scott
Guion: John Logan, Dante Harper
Intérpretes: Michael Fassbender, Katherine Waterston, Billy Crudup, Demián Bichir
País: Estados Unidos

martes, 16 de mayo de 2017

Z La ciudad perdida

La aventura interior






Da la impresión de que James Gray se hubiera sentido de maravilla rodando películas hace cuarenta años, como contemporáneo de Sidney Pollack, William Friedkin, Don Siegel, John Frankenheimer, Sidney Lumet o el por entonces emergente Clint Eastwood.

Pero este neoyorquino de origen ruso tiene solo 48 años, y le ha tocado bregarse en la cartelera con un tipo de cine en el que la infografía y el vértigo imponen su ley de forma implacable (y a veces con acierto y maestría, que conste), sin dejar hueco apenas para la templanza de los clásicos.

Sin llegar al nivel de sus dos mejores obras —La noche es nuestra (2007) y Two lovers (2008)—, Gray sale airoso una vez más con este híbrido de aventuras y biopic que es Z. La ciudad perdida.

Basada en hechos reales, narra la odisea de un militar —a la postre explorador frustrado— obsesionado con alcanzar la gloria y limpiar una reputación que le vino ya manchada de nacimiento por culpa de las aficiones de su difunto padre.  En mitad de lo que parece una rutinaria misión cartográfica en Bolivia, el azar  le conducirá ante su Eldorado particular, y a partir de ahí el hombre no vivirá para otra cosa. Pero no es una película de aventuras, sino un drama itinerante que se mueve entre los barnices victorianos de la Real Sociedad Geográfica y los exóticos parajes de la Amazonia.

El espectáculo no viene cocinado por la factoría de efectos especiales; es la propia naturaleza quien pone los elementos para el deleite visual, mientras que la parte narrativa se nutre de aromas y ecos que remiten a Kipling, a Conrad y a ciertos parientes cinematográficos (La misión, Apocalypse Now…), con un trasfondo político y antropológico que pesa tanto o más que el puramente aventurero.

Reflexiones sobre el colonialismo, el racismo o la discriminación racial y sexual se cuelan entre dardos de cerbatana, vendavales, fiebres tropicales y traiciones humanas. Y aunque es verdad que al director se le dan mejor los conflictos internos que las escenas de acción, el conjunto es sumamente interesante, si bien creo que resultará tedioso para una mayoría de espectadores, a quienes se les ha convencido erróneamente de que paciencia y aburrimiento son términos sinónimos.


Director: James Gray
Guion: James Gray (basado en la novela de David Grann)
Intérpretes: Charlie Hunnam, Sienna Miller, Robet Pattinson, Tom Holland
País: Estados Unidos

miércoles, 10 de mayo de 2017

Lady Macbeth

Femenino singular

 






Sé que a lo mejor lo parece, pero este no es el típico melodrama victoriano y relamido sobre amores imposibles, matrimonios de conveniencia, tormentos familiares y demás borrascas decimonónicas.

Con una puesta en escena milimetrada y pictórica, el debutante Oldroyd nos invita primero a compartir la claustrofóbica rutina de su protagonista, casada con un cretino e incompetente conyugal, y obligada a cohabitar también con un suegro hosco y atrabiliario, de modo que logra que nos compadezcamos de la pobre mujer y nos angustiemos con ella, y entonces…. Bueno, sobre el argumento mejor no contar más. Decir, como mucho, que tiene mérito sostener una trama y mantener el interés volcando los conflictos sobre un plantel de personajes que, con un par de excepciones (la sirvienta Anna, el pequeño Teddy), componen un muestrario de lo más rastrero, egoísta, desaprensivo, desquiciado y retorcido del ser humano.

A partir de aquí, el personaje estupendamente interpretado por Florene Pugh comienza a lucir su repertorio oculto de urdimbres y deseos, y lo que en los minutos iniciales ha despertado nuestra solidaridad y compasión deriva progresivamente hacia el desconcierto y la ambigüedad, para culminar en el mismísimo horror.

Se nota que el director es de aquellos para los que el cine pertenece tanto al rango de las artes plásticas como al de las artes narrativas, y quizá por ello la película se resiente en su primer tramo de un exceso de fragmentación y elipsis (que no son muy grandes, pero sí muy numerosas), lo que provoca que uno tarde más de lo debido en introducirse en la trama.

Una vez dentro, eso sí, la historia engancha y atrapa por su precisa combinación de estilo y crudeza, dejando en el aire —y, por extensión, en manos del espectador— la interpretación moral de lo que acaba de presenciar.

Es fácil recurrir a Henry James o a Jane Austen para ubicarla estética y narrativamente, pero Lady Macbeth podría definirse mejor como una criatura nacida de la unión de El piano (Jane Campion, 1993) y La cinta blanca (Michael Haneke, 2009); una de esas historias que te dejan el cuerpo igual que un exceso de alioli y garrafón, y que sin embargo no puedes dejar de mirar. De lo más sorprendente y sobrecogedor que se ha visto en lo que va de año.


Director: William Oldroyd
Guion: Alice Birch (basado en la novela de Nikolai Leskov)
Intérpretes: Florence Pugh, Cristopher Fairbank, Cosmo Jarvis, Naomi Hackie
País: Reino Unido

jueves, 4 de mayo de 2017

John Wick. Pacto de sangre

Mafia 2.0






Si alguien piensa que los manierismos de la saga Matrix pueden provocar agujetas, no quiero ni imaginar cómo estarán los huesos de Keanu Reeves después de haber interpretado ya dos veces a este John Wick, vengador pertinaz e indestructible, artista del volante y de la pistola, un fulano que se ríe menos que Michael Haneke y que es todo un chollo para los amantes de la artillería y la adrenalina en pantalla panorámica.

Lo que cuenta la película es lo de menos. La trama argumental es un mero pretexto para saltar de persecución en persecución y de pelea en pelea, y en este caso tanto el ruido como las nueces son de primera, con un uso de los efectos digitales que, en vez de alejarnos de lo tangible en beneficio de la estética del videojuego, rescata a menudo la descarnada fisicidad de aquellos rudos filmes policiacos de los 70. Y que nadie —obvio— pretenda escarbar en busca de la hondura de los personajes, que no va de eso, aunque Wick sea un viudo atormentado y sus enemigos una retahíla de villanos megalómanos y pomposos.

Ahora parece que haya la obligación de definir las películas con la jerga sofisticada del marketing o con algún anglicismo de nuevo cuño, pero John Wick. Pacto de sangre es lo que toda la vida se ha llamado una peli de tiros —no nos compliquemos más—, y, por fortuna, el desequilibrio que provoca que abunden más las escenas de acción (fabulosas y brutales) que las de transición (anodinas, casi siempre) puntúa, y mucho, a favor del espectáculo.

No alcanza, por supuesto, el nivel de las últimas entregas de 007 o Misión Imposible, y tal vez sea demasiado ceñuda tratándose, al fin y al cabo, de un tebeo violento y vertiginoso —aunque asoma de vez en cuando un tinte oscuro de humor, no es tan descaradamente sarcástica como Kingsman: Servicio Secreto (Matthew Vaughn, 2014)—; aun así, sin saber del todo dónde acaba el homenaje y empieza la parodia —o viceversa—, se trata de una de las películas de acción más disfrutables de los últimos tiempos. Poca broma (o mucha, según se mire).


Director: Chad Stahelski
Guion: Derek Kolstad
Intérpretes: Keanu Reeves, Riccardo Scamarcio, Common, Ian McShane, Ruby Rose, Claudia Gerini, Franco Nero, Lawrence Fishburne, John Leguizamo
País: Estados Unidos