miércoles, 26 de abril de 2017

Nieve negra

La familia y uno menos






Escopetas de caza y secretos de familia forman un dueto que en el cine funciona casi sin esfuerzo. Reconozco mi debilidad hacia ambos elementos —lo mismo por separado que en tándem—, y si a ello le sumamos la presencia de actores como Darín, Sbaraglia y Luppi, muy mal tiene que hacerlo el director en cuestión para que no me merezca la pena el rato delante de la pantalla.

Sí que es verdad que Martin Hodara no le saca todo el jugo al material que tiene entre manos, y aun así Nieve negra, con sus altibajos y sus defectos, posee suficientes virtudes como para que uno llegue hasta el final y con ganas de que le revelen el enigma.

Empleando un tono acorde con el paisaje gélido y el tormento interior que arrastran los personajes, la película salta continuamente del presente al pasado (con cierta elegancia técnica, a base de simples movimientos de cámara que, sin abandonar el mismo escenario ni recurrir a cortes ni artefactos estéticos, nos trasladan de un tiempo a otro con toda naturalidad) y va desgranando poco a poco un misterio basado en la muerte prematura y accidental de un hermano pequeño, y la incidencia que dicho suceso ha tenido en las vidas de los tres hermanos que siguen vivos (Sbaraglia, Darín y Fonzi).

El ritmo del relato es algo desigual, a veces estancado y un punto espeso a mitad de metraje, como si el director hubiera querido alargar la duración a base de estirar las secuencias (y aun así la película dura solo 87 minutos), pero la sucesiva aclaración de los hechos nos hace recuperar el interés hasta ese desenlace con elemento sorpresa que nos pone en nuestro lugar si es que acaso nos hemos querido pasar de listillos: o sea, no es difícil adivinar el qué, e incluso el quién, pero el por qué se revela en un giro que se manifiesta cuando ya casi no lo esperamos, como los goles de Sergio Ramos en el minuto 93 (vale, y ahora también los de Messi).

Darín siempre es una garantía, en este caso alejado del perfil de galán o de héroe popular para lucir greñas y humor de perros como ermitaño taciturno y montaraz. Eso sí —ojo al dato—, su personaje es secundario, sale poco, mucho menos de lo que sugieren los soportes promocionales. El verdadero protagonista es Leonardo Sbaraglia, que defiende igual de bien un papel dotado de cierta ambigüedad; y en cuanto a Luppi, ya octogenario y no para muchos trotes, basta con agradecer una vez más su presencia, aunque solo sea para recordarnos que no hay nadie que dé más miedo que él cuando se cabrea.

No es un thriller para todos los públicos; en especial desaconsejada para públicos que asocian sin excepción la intriga a la acción trepidante y al ruido. En lo que a mí respecta, ya lo he dicho: el tema principal me interesa, los actores me interesan, y una escopeta de caza rondando por ahí es casi siempre promesa de un festín cinematográfico. A las pruebas me remito: El aura (Fabián Bielinsky, 2005; también con Ricardo Darín, por cierto), La caza (Carlos Saura, 1966), La caza (Thomas Vinterberg, 2012), Aflicción (Paul Schrader, 1997), Perros de paja (Sam Pechimpah, 1971), Bosque de sombras (Koldo Serra, 2006), Skyfall (Sam Mendes, 2012), Tarde para la ira (Raúl Arévalo, 2016)…


Director: Martin Hodara
Guion: Martin Hodara, Leonel D’Agostino
Intérpretes: Leonardo Sbaraglia, Ricardo Darín, Laia Costa, Federico Luppi, Dolores Fonzi
País: Argentina

martes, 18 de abril de 2017

Life (Vida)

El día de la marmota sideral




Vivimos una época en la que el paso del tiempo no se mide por el discurrir del calendario, sino por el ritmo de avance de la tecnología. Imagino por ello que a los productores de Life les debe de parecer una antigualla antediluviana el clásico Alien. El octavo pasajero (Ridley Scott, 1979). De otra manera, no se entiende que, para empezar, esta película no se anuncie como un remake (o, si se quiere quedar mejor, como un homenaje explícito), ya que pocas veces recuerdo haber visto un calco de intenciones tan flagrante.

De intenciones, insisto. Los resultados son otro cantar.

No digo que Life sea una mala película; sinceramente no me lo parece. Su mayor inconveniente está en la ausencia total de sorpresa, ya que lo que muestra y cuenta lo mostró y lo contó mucho mejor Ridley Scott hace casi cuarenta años. Parece mentira que hasta los efectos visuales salgan perdiendo en comparación con el clásico de la ciencia ficción alienígena, pero me temo que así es. De hecho, cuando más brilla Life en lo técnico es cuando se acerca a otro éxito reciente, Gravity (Alfonso Cuarón, 2013), aunque vuelva a salir perdiendo en el paralelismo.

Otro tanto sucede con los personajes, empezando por los humanos, sobre los que planea la sombra de la carismática Ripley, cuya dimensión icónica está a la altura de la de Vito Corleone, Indiana Jones, Hannibal Lecter o Han Solo; palabras mayores. En cuanto a la criatura, nada que hacer frente al monstruo que ideó Stan Winston, que es en sí mismo y por mérito propio la antonomasia y la metonimia del extraterrestre cinematográfico (del malo, claro; la del bueno sería E.T.).

Para quien no haya visto nunca Alien. El octavo pasajero seguro que la película de Espinosa le regala una buena dosis de tensión, misterio y algo de canguelo cósmico. A los demás, nos queda un pasatiempo en el que nos entretenemos sobre todo jugando a las adivinanzas (y acertando de pleno): quiénes morirán y en qué orden, cuándo vendrán los sustos, etc.

Una cosa hay que reconocer, y es que el desenlace está mejor gestionado de lo que uno espera después de tanto déjà vu. Es el típico final que los tiquismiquis y los críticos fundamentalistas tacharían de “tramposo”, pero con esto pasa lo mismo que con los trucos de magia: ya sabemos que son trampas (nos ha jodido), ya sabemos que Juan Tamariz no tiene superpoderes… ¿y? Pues eso. Que quien quiera, que vuelva a ver Alien, y comprobará lo bien que envejecen algunas películas y por qué es conveniente saber diferenciar entre una obra antigua, sin más, y una obra clásica.


Director: Daniel Espinosa
Guion: Rhett Reese, Paul Wernick
Intérpretes: Jake Gyllenhaal, Rebecca Ferguson, Ryan Reynolds, Hiroyuki Sanada
País: Estados Unidos

jueves, 6 de abril de 2017

El bar

Sangre, sudor y fritanga





Álex de la Iglesia, cincuentón que aún conserva su pinta de freak de tienda de comics, director rebelde, iconoclasta e irreverente —y que lleva, por tanto, el sarcasmo grabado en su propio apellido—, es, sin duda, el elemento idóneo para dar el puñetazo en la mesa y poner firmes a todos aquellos que llevan años de espaldas al patio de butacas, vomitando trascendencia acartonada y pretensiones de festival elitista.

El genio que parió El día de la bestia, Muertos de risa, La comunidad, Balada triste de trompeta, Perdita Durango, Crimen ferpecto, La chispa de la vida y Los crímenes de Oxford no es el típico progre de catálogo y paladín de la eterna subvención. Su cine es arriesgado, brutal, libre como pocos, respetuoso heredero de los clásicos y a la vez rabiosamente contemporáneo.

Uno puede deducir sin dificultad hacia dónde se inclinan sus preferencias ideológicas, pero el cineasta vasco es tan profesional e inteligente que huye de sesgar al público con panfletos y soflamas. Mientras otros se perpetúan en el manierismo de la sempiterna idea de las dos Españas, él opta por burlarse de lo grotesco del propio concepto, de lo absurdo de una dualidad fratricida y trasnochada que ya deberíamos ir superando de una vez por todas.

De la Iglesia, además, puede presumir de ser el único que se atreve a hacer calimocho con un gran reserva (o agua de Valencia con Dom Perignon, ya puestos). Porque así es su cine. No apto para prejuiciosos ni puristas. Algunos se arrodillan ante sus mitos y nos los presentan como intocables, y él se los lleva de farra y los sienta a nuestra mesa (o a nuestro retrete, incluso). De este modo, en el universo De la Iglesia conviven Buñuel, Berlanga y Almodóvar con Ozores, Esteso y Pajares; Tarantino con Torrente, el gore con Cine de Barrio, los cánones de Hitchcock con la astracanada carpetovetónica, los monstruos lúgubres de Todd Browning con los frikis de la era del zapping y el videojuego.

A estas alturas, es ya un director tan consagrado que puede permitirse vivir de la inercia y la autorreferencia (como Woody Allen, o Almodóvar). Esto se lo podemos reprochar ahora un poco no mucho, que somos fans, pero no significa que no se lo haya ganado como legítimo derecho.

Tampoco vamos a negar que El bar, como sus inmediatamente predecesoras Las brujas de Zugarramurdi y Mi gran noche, no parece buscar la captación de nuevos adeptos, sino que da la impresión de estar concebida para seguidores incondicionales, lo que desequilibra un poco el conjunto, ya que las altas dosis de complicidad se ven contrarrestadas por una sensación sospechosa de piloto automático.

La primera media hora es antológica, una mezcla de Agatha Christie y Luis Buñuel, un thriller claustrofóbico con un punto surrealista ocho personajes confinados en un espacio cerrado que no deben abandonar si no quieren ser abatidos por un francotirador—, un retrato vitriólico y descarado de esta época nuestra de terrorismo, corrupción, paranoia mediática, plagas de laboratorio y fiebre de red social.  Habría quedado redonda, por ejemplo, como el episodio de una versión de Relatos Salvajes (Damián Szifrón, 2014) a la española.

El viraje que aleja la trama del suspense costumbrista y la acerca al terror apocalíptico le resta atractivo, y si la película se sostiene es por el oficio del director —no hay nadie en España como él— para mostrar la acción brutal y componer un sainete satírico y escatológico en las entrañas podridas de una ciudad que huele aún peor, aunque no lo parezca, en su superficie.

Como siempre, excelentes secundarios que se reparten el protagonismo a intervalos y en este aspecto la película se resiente de la pérdida de algunos de ellos a mitad de metraje—: Secun de la Rosa, Carmen Machi, Joaquín Climent, Mario Casas, Terele Pávez, Blanca Suárez, Jaime Ordóñez (cuyo personaje parece un guiño del director a sí mismo y sus gloriosas bestias demoníacas de antaño) y un desaprovechado Alejandro Awada (por favor, no os perdáis la serie El clan) ponen mucho de su parte para que ese tramo final de El bar se mantenga en pie pese a que lo mejor lo hayamos dejado muchos minutos atrás. 



Director: Álex de la Iglesia
Guion: Álex de la Iglesia, Jorge Guerricaechevarría
Intérpretes: Blanca Suárez, Mario Casas, Carmen Machi, Secun de la Rosa, Jaime Ordóñez, Joaquín Climent, Terele Pávez, Alejandro Awada
País: España

lunes, 3 de abril de 2017

Gold. La gran estafa

La fiebre de la chatarra







Stephen Gaghan dio el pelotazo con el guion de Traffic (Steven Soderberg, 2000), y tan bien le fue que aplicó la misma fórmula de historias cruzadas para su debut como director, Syriana (2005), un thriller de espionaje basado en hechos reales que resultaba tan apasionante como intrincado (una de esas películas que requieren la máxima atención durante todo el metraje para no perder ni un solo dato; si te flojeaba la vejiga, ausentarse de la sala podía significar ausentarse también de la película).

Para su segundo trabajo, Gaghan se ha olvidado de puzles y hasta de escribir el guion. Gold es, en consecuencia, una película más convencional, más al estilo de lo a que Hollywood le gusta cuando se trata de contar historias sobre estafas y chanchullos. El pariente más cercano es La gran estafa americana (David O. Russell, 2013), pero la familia tiene más miembros que los Ruiz-Mateos: desde la imprescindible matriarca El golpe (George Roy Hill, 1973) hasta su más digna heredera Nueve reinas (Fabián Bielinsky, 2000), pasando por alto la incontable prole de legítimos o bastardos.

No obstante, da la impresión de que la película a la que le gustaría parecerse —sin lograrlo, claro— es El lobo de Wall Street (Martin Scorsese, 2013), con recital incluido —y aquí obviamente aumentado— de Matthew McConaughey, calvo, barrigón y pasado de rosca para contar la odisea de un par de hombres de negocios venidos a menos que encuentran en Indonesia la solución a sus problemas.

Oro, malaria, agua potable y dinero sucio, lo típico, narrado a buen ritmo, con las sorpresas de rigor y algún giro que la torpeza promocional arruina de antemano. No es ninguna obra maestra, pero es lo mínimo que uno pide cuando busca una digna evasión.


Director: Stephen Gaghan
Guion: Patrick Massett, John Zinman
Intérpretes: Matthew McConaughey, Edgar Ramírez, Bryce Dallas Howard
País: Estados Unidos