jueves, 21 de septiembre de 2017

It

Nostalgia y coulrofobia







Imaginemos que la pandilla de Verano Azul, en vez de encontrarse con Chanquete, se topa con Fofito perjudicado tras un fin de semana en Magaluf… Pasémoslo por el filtro de las constantes autorales de Stephen King, y aparece Pennywise para recordarnos que nunca habrá miedos como los que sufrimos de niños, y eso contando con que nos los hayamos quitado realmente de encima.

Si existe una palabra para definir la fobia a los payasos (coulrofobia) no será por casualidad. El payaso como elemento siniestro o aterrador es un clásico del cine y de la ficción en general: acojonaba al niño de Poltergeist (Tobe Hooper, 1982) y al estrafalario Kramer en la telecomedia Seinfeld; Álex de la Iglesia lo escogió como imagen simbólica del fratricidio ancestral de las dos Españas en Balada triste de trompeta (2010), y de payaso se pasaba disfrazado durante tres horas James Stewart en El mayor espectáculo del mundo (Cecil B. DeMille, 1952) para burlar a los policías que le perseguían por asesino.

Será por todo eso o no, pero después de muchos años y de incontables películas basadas en relatos de Stephen King, cada vez que alguien menciona It, sale otro u otra al paso para apostillar “sí, la del payaso”.

Esta It que nos llega ahora no es solo una nueva versión de la novela de King, sino también un indisimulado remake del telefilme dirigido por Tommy Lee Wallace en 1990 y que en su momento se convirtió en un clásico de videoclub. Muschietti, creo yo, mejora sustancialmente a su antecesor, acertando en primer lugar con un cambio estructural que impone una cronología lineal, lo que a su vez ayuda a potenciar el misterio y la tensión de forma progresiva, y también a que el espectador viva la odisea de forma simultánea a los personajes y no como un flashback. Así pues, para conocer a los protagonistas de adultos habrá que esperar a la segunda parte (prevista para 2019).

It trata sobre el origen y la naturaleza del miedo, sobre los monstruos como representación de los dramas domésticos y los íntimos trastornos, y puede entenderse casi como una colección —o más bien un popurrí— de grandes éxitos de su autor, entre los que suenan a mayor volumen títulos como Cuenta conmigo, Carrie, y un poco también El cazador de sueños. Encontramos temas recurrentes como el trauma de pasar de la infancia a la adolescencia, la marginalidad de los diferentes, el abuso sobre los débiles o los perdedores (vale, ahora se dice bullyng), la nostalgia por los amigos y amores del pasado… Basta repasar la lista para ratificar la innegable influencia de King en el género y en autores como Spielberg o J. J. Abrams, sin olvidar que directores como Brian de Palma, Lawrence Kasdan, Rob Reiner, Frank Darabont, David Cronenberg o Stanley Kubrick han rodado películas partiendo de sus textos. Hay quien sostiene que a Stephen King se lo venerará en el futuro en una medida comparable a la que hoy empleamos con Edgar Allan Poe o H. P. Lovercraft. No me atrevo a afirmarlo o desmentirlo, pero es evidente que el caudal de esta fuente narrativa parece lejos de agotarse, ya sea de forma genuina o vía homenaje, como ha demostrado el éxito reciente de la serie Stranger Things.

No se puede decir que sea una película innovadora en el apartado de los sustos y la representación visual del horror, pero hay alguna que otra imagen memorable, y al menos se adivina la intención de que predomine la apariencia orgánica sobre la digital. Todo un regalo en una época en la que hay demasiadas películas que parecen las hermanas pobres de un videojuego.


Director: Andrés Muschietti
Guion: Chase Palmer, Cary Fukunaga, Gary Dauberman (basado en la novela de Stephen King)
Intérpretes: Bill Skarsgard, Jaeden Lieberther, Sophia Lillis, Finn Wolfhard, Wyatt Oleff, Jeremy Ray Taylor, Jack Dylan Grazer, Chosen Jacobs
País: Estados Unidos

miércoles, 13 de septiembre de 2017

El amante doble

Thriller ginecológico





Representado gráficamente, el visionado de esta película vendría a ser algo parecido al perfil de una etapa de la vuelta ciclista. Arranca en llano, con un resumen sinóptico de la relación entre los protagonistas, todo bastante previsible, pues más que resumir lo que ha pasado anticipa lo que va a pasar, y luego repunta cuando da la impresión de que Ozon imita a Brian de Palma cuando este a su vez imita a Hitchcock, con el riesgo que siempre conlleva estar ante la fotocopia de una fotocopia… Después la cosa mejora y se acerca al David Cronenberg menos pulp y más sofisticado (el de Inseparables, M. Butterfly y Spider), y así vamos, entre repechos, baches, socavones, planicies y ascensiones, hasta un desenlace al sprint en el que abunda tanto la revelación como la confusión; es decir, se resuelve lo principal, pero no tanto lo concreto, con lo que el desconcierto le acaba comiendo terreno a la satisfacción.

Del argumento mejor contar lo mínimo: una joven acude al psiquiatra para tratar ciertas dolencias que relaciona con sucesos de su pasado, y la atracción sexual que surgirá entre el terapeuta y su paciente abrirá la puerta del misterio y le prenderá a la película esa etiqueta que tanto gustaba en los 90, la de “thriller erótico”.

Sorprende no obstante que una historia que habla de calenturas y pasiones retorcidas termine resultando en general más bien fría. Recurramos de nuevo a las etiquetas (juro no abusar de ello nunca más) para intentar explicarlo: ¿thriller psicológico?; ¿thriller erótico? No, amigos. La clave está en que El amante doble (y de nuevo la sombra de Cronenberg se hace alargada) podría definirse mejor como un “thriller ginecológico”. Si queréis saber por qué, preguntadle al señor Spoiler (o id a verla, al que le pique la curiosidad).

El sexo explícito se pasea tan campante por la frontera de lo pornográfico (el cine francés eso sí que lo tiene), en un par de secuencias que relegan a Gray y su sadomaso mainstream al horario de protección infantil… Y asimismo me obligo a la reflexión de por qué determinados comportamientos que calificaríamos de repugnantemente machistas en cualquier otra parte nos parecen sugerentes y atractivamente perversos cuando vienen servidos bajo el sofisticado envoltorio del cine de autor europeo. Misterios de la cinefilia, supongo.

Sea como sea, el que suscribe se queda con el Ozon de En la casa (2012) y Frantz (2016), igualmente complejo pero menos afectado; ser autor no es incompatible con ser buen narrador. Amén.


Director: François Ozon
Guion: Françoise Ozon, Phillippe Piazzo (basado en la novela de Joyce Carol Oates)
Intérpretes: Marine Vacth, Jérémie Renier, Jacqueline Bisset, Myriam Boyer
País: Francia

viernes, 8 de septiembre de 2017

Verónica

Pesadilla en Vallecas Street






Los miedos que uno experimenta mientras ve una película no son siempre una proyección literal de los temores que se padecen en la realidad. Por lo que a mí respecta, ni brujas, ni vampiros, ni zombis, ni monstruos o criaturas oriundas de dimensiones o planetas ajenos me alteran ni mucho menos me quitan el sueño de una noche cualquiera, aunque un rato antes, en el cine, haya temblado en mi butaca como un flan en un vagón de tren.

Paco Plaza —por su cuenta, o en compañía de Jaume Balagueró— se ha especializado en acercar los mitos y tradiciones terroríficas de la ficción a un terreno doméstico, al tiempo que, casi paradójicamente, ha optado por dotar de una personalidad aterradora a sujetos y escenarios que uno siempre ha identificado con la rutinaria cotidianidad, y alejados, por tanto, de los arquetipos del género.

En REC era la escalera de vecinos, y en REC3: Genesis un bodorrio típicamente castizo (la segunda entrega me la salto como si fuera un falso recuerdo), por lo que parece lógico que el siguiente paso para ir más allá no fuera otro que extraer la materia prima de la propia realidad. La historia que cuenta Verónica se basa en el que es, según se dice, el único expediente policial de nuestro país en el que se alude de manera concreta a fenómenos paranormales o, como mínimo, imposibles de explicar usando la lógica racional.

Una sesión de güija perpetrada por tres adolescentes en un colegio de monjas de Vallecas es el punto de arranque, y en este aspecto no es que haya nada demasiado original (presencias fantasmagóricas, sustos, ruidos extraños, delirios oníricos aterradores, etc.); incluso diría que la película peca del innecesario cliché de la monja ciega —trasunto de la enana de Poltergeist (Tobe Hooper, 1982), para entendernos—, un personaje-pegote que parece tan forzado como los travestis de Almodóvar o los números musicales de las películas de los Hermanos Marx.

Dejando esta concesión a un lado, lo más atractivo de Verónica es el mérito de sacarle jugo al contexto —barrio obrero, gente corriente— para asustar de verdad, meter el canguelo en la cocina o debajo de la mesa camilla, usando además como base de esos terrores el desbarajuste familiar y social de la protagonista (lo que podría favorecer, en último término, la interpretación simbólica o directamente realista de los hechos).

Tampoco se olvida Plaza del humor negro —seña de identidad más que contrastada—, introducido sobre todo a través de unos personajes infantiles que están milagrosamente bien interpretados. Igual de bien funcionan los guiños a la época y los homenajes sutiles, como el que le brinda al pionero Chicho Ibáñez Serrador.

Mención de honor merece la música, con dos excéntricos pilares en su banda sonora: uno, la cancioncilla de un spot publicitario del limpiador Centella; y el otro, las canciones de Héroes del Silencio, que sirven para retratar a Verónica como la adolescente de los 90 que fue, y cuya lírica grandilocuente y esotérica liga a la perfección con lo que las imágenes nos van sugiriendo.

Si estáis hartos ya de casoplones en las afueras de Ohio o Kentucky, de guantes de béisbol sagrados y familias modelo incordiadas por demonios y niñas paliduchas con voz de cazallera, sabed que tenéis una alternativa para saciar vuestra sed de terror en un piso de protección oficial a un costado de la M-30, en un barrio humilde donde viven familias desestructuradas y los parroquianos burlan la crisis y el aburrimiento viendo al Rayo Vallecano en un bareto con olor a fritanga. El miedo no es clasista.



Director: Paco Plaza
Guion: Paco Plaza, Fernando Navarro
Intérpretes: Sandra Escacena, Bruna González, Claudia Placer, Iván Chavero, Ana Torrent
País: España

domingo, 3 de septiembre de 2017

Barry Seal: El traficante

El culo al aire





El fulano en cuestión, Barry Seal, era un piloto de la TWA que se sacaba propinas trapicheando con puros cubanos y otras minucias, y cuya habilidad para hacerle la competencia desleal al duty free no pasó desapercibida a sus compatriotas de la CIA, que lo terminaron reclutando como transportista por esas guerras de Dios y papá Reagan.

Con tanto trasiego, la destreza de Seal no tardó en convertirse en reclamo para hombres de negocios tan ilustres como Pablo Escobar y sus socios de Medellín, o el general Manuel Antonio Noriega, así que el ex piloto comercial no desaprovechó su nueva faceta mercenaria y se las ingenió para compaginar sus misiones patrióticas (fotos aéreas del enemigo, suministro de armas a la contra nicaragüense, etc.) con el oficio de camello al por mayor, lo cual le reportó tanta pasta que no llegó a caberle (literalmente) en casa.

Así fue hasta que su antaño valiosa contribución pasó a ser un peligro para los culos apoltronados. Esos mismo culos que dejaron a Seal con el suyo al aire (un trasero que, por cierto, vemos también literalmente un par de veces, haciendo eso que se llama “un calvo”, inmejorable metáfora de lo que en el fondo resultó ser todo este tinglado).

Una historia real con la que cualquiera se imagina a Michael Moore babeando o a Oliver Stone relamiéndose —o viceversa—, pero que ha sido Doug Liman quien se ha ocupado finalmente de filmar, y eso significa que el aspecto lúdico importa tanto como la denuncia política, y desde aquí brindamos por ello, porque el resultado es sobresaliente.

Liman aplica una fórmula narrativa que es casi una réplica de la que Scorsese empleó en películas como Uno de los nuestros o Casino: montaje frenético a ritmo de éxitos rockeros, relato en primera persona del protagonista (a veces como voz en off y a veces mirando directamente a la cámara), destellos satíricos o cien por cien cómicos que no atenúan sino que incluso subrayan aún más la crueldad de ciertos episodios… Y sumado a todo esto, la ausencia total de imposiciones morales, estampas paisajísticas de síndrome de Stendhal, y un uso antológico de las imágenes de archivo, con gags dignos de El intermedio, como el del matrimonio Reagan aconsejando a los niños que no se droguen o el momento “camaleón” de Bush padre para eludir una pregunta comprometida.

Tom Cruise, que acostumbra a pasarse de rosca tanto en casa como en el trabajo, es un buen actor cuando quiere, y aquí parecía quererlo de verdad. 

Barry Seal: El traficante es valiosa por sus virtudes reivindicativas y documentales, pero no menos por ser un entretenimiento de primera categoría. Al cine se va para eso; o al menos es lo que yo entendí.


Director: Doug Liman
Guion: Gary Spinelli
Intérpretes: Tom Cruise, Domhnall Gleeson, Jayma Mays
País: Estados Unidos