martes, 30 de enero de 2018

Molly's game

Ases en la lengua






Aunque nunca he visto sus éxitos televisivos El Ala Oeste de la Casa Blanca y The newsroom, tengo en buena estima a Aaron Sorkin por ser el guionista de películas como Algunos hombres buenos (Rob Reiner, 1992), Malicia (Harold Becker, 1993), La guerra de Charlie Wilson (Mike Nichols, 2007), Moneyball (Bennett Miller, 2011), Steve Jobs (Danny Boyle, 2015) y La red social (David Fincher, 2010). Su estilo, además, ha dejado visos de eso que se llama crear escuela, y se advierte su influencia en otros títulos muy notables como In the loop (Armando Iannucci, 2009) o El caso Sloane (John Madden, 2016).

Ahora debuta como director con Molly’s game, biografía de una niña que fracasó como futura campeona de esquí para consagrarse como la Amancio Ortega del póker, por así decir. La buena noticia, creo yo, es que no hace falta haber jugado al póker, ni conocer sus reglas ni siquiera distinguir los palos de la baraja para entrar en la historia y dejarse llevar, no tanto por una intriga trepidante como por un vagón de la montaña rusa.

Pese a haber pasado a dirigir el cotarro, se nota que Sorkin es sobre todo un escritor. Para empezar, la película consigue un ritmo endiablado sin necesidad de acción: donde otros usan armas de fuego y persecuciones, él tira de frases lapidarias, contrarréplicas y forcejeos dialécticos.

Por otra parte, recurre a un montaje de aroma scorsesiano, a lo Casino o El lobo de Wall Street (obras con las que comparte ciertas semejanzas de tema y de espíritu), incluida la narradora en off de principio a fin.

También es aficionado Sorkin a colar la cita de turno, y es verdad que a veces encaja bien (“Churchill definía el éxito como el acto de ir de fracaso en fracaso sin perder el entusiasmo”), y otras chirría una pizca (las referencias mitológicas, los deberes literarios que el abogado interpretado por Idris Elba le encarga a su hija…).

Su mayor debilidad está quizá en la excesiva fidelidad al material original (no olvidemos que se basa en la autobiografía de la propia protagonista), ya que sorprende que esta Molly que es siempre la más hábil, la más inteligente y la más astuta, se marque “un Pantoja” (o un Infanta Cristina) cuando le nombran las conexiones de su negocio con la mafia rusa.

Por lo demás, un entretenimiento recomendable para quien disfrute de los buenos diálogos, con una Jessica Chastain formidable y un metraje que, aunque se suma a la moda actual de desafiar a la vejiga del espectador medio, pasa a toda velocidad sin tiempo apenas de mirar el reloj.


Director: Aaron Sorkin
Guion: Aaron Sorkin (basado en el libro de Molly Bloom)
Intérpretes: Jessica Chastain, Idris Elba, Michael Cera, Kevin Costner
País: Estados Unidos


jueves, 25 de enero de 2018

Una vida a lo grande

Todo bajo mínimos






A Alexander Payne le perdono cualquier tropezón porque es el autor de algunas de las mejores películas que he visto en los últimos años (Election, A propósito de Schmidt, Entre copas, Los descendientes, Nebraska), pero no evita (o eso es precisamente lo que lo provoca) la decepción mayúscula que me he llevado con Una vida a lo grande.

El planteamiento es más que jugoso: la idea de que reducir el tamaño de los humanos es la única vía para evitar los problemas derivados de la superpoblación, el agotamiento de los recursos naturales y el descalabro crónico de la economía, apuntaba hacia una estimulante distopía. Esto, unido al demostrado talento del director para intercambiar registros con tanta eficacia como elegancia, te fija la sonrisa en el rostro al mismo tiempo que el trasero en la butaca.

Así que, de inicio, la cosa promete una interesante mezcla entre El show de Truman y Los viajes de Guilliver, pero a mitad de película la historia se convierte en una especie de fábula ecologista que abandona casi por completo el cariz irónico de los primeros minutos, y pasamos del zumo ácido a un mejunje mitad vegano, mitad empalagoso.

Y peor aún: en este último tramo, Payne parece olvidarse de que el tamaño es el concepto que introduce el tema de fondo, y que la dimensión de los personajes respecto a lo que les rodea va más allá, pues, del lucimiento de los efectos especiales. (Ojo, no estoy pidiendo una ristra interminable de chistes sobre el tamaño de las cosas; eso se lo dejamos a los guionistas de cine porno y a los monologuistas poco imaginativos.) No sé si es algo intencionado o un efecto secundario de la sala de montaje (que también parece afectar a la desconcertante intermitencia de algunos personajes secundarios), pero es sin duda otro factor más que acentúa el desequilibrio general que queda como regusto al acabar de ver la película.

En fin. Un mal día lo tiene cualquiera. Pese a todo —y en especial a la tentación del chiste fácil—, Alexander Payne sigue siendo grande.



Director: Alexander Payne
Guion: Alexander Payne, Jim Taylor
Intérpretes: Matt Damon, Christoph Waltz, Hong Chau, Kristen Wiig
País: Estados Unidos

lunes, 22 de enero de 2018

Tres anuncios en las afueras

Menuda es mi madre





Martin McDonagh —Escondidos en Brujas (2008), Siete Psicópatas (2012)— se ha ganado su puesto destacado en esa familia de la que hablábamos aquí hace nada, con motivo de Suburbicon (George Clooney, 2017), la de los renovadores brutales y satíricos del género negro, cuyo máximo exponente es el dúo formado por los hermanos Joel y Ethan Coen.

Tres anuncios en las afueras nos traslada de nuevo a la Norteamérica sureña, palurda y racista, el escenario predilecto del cine negro en los últimos tiempos. Olvidémonos ya de los detectives en gabardina seduciendo martini en ristre y a ritmo de saxo; ahora quienes lo petan son los sheriffs campechanos y abotargados de bourbon y donuts. Y, por supuesto, nada de perversas maniquíes y vampiresas con un 38 en el liguero; en el género negro del siglo XXI las mujeres son más listas, más bravas, salen de casa sin maquillar, sangran como seres humanos que son, y además llevan el mando.

El empeño de una madre por resolver el caso de la violación y muerte de su hija la lleva a desafiar a la policía del pueblo, incapaz de haber encontrado al culpable. Este es el punto de arranque y la trama central, casi una simple excusa para darnos un paseo por este rincón del salvaje Oeste contemporáneo e ir conociendo a la fauna y la escoria que lo habita.

Un guion perfectamente trenzado y dosificado (aunque a primera vista pueda parecer lo contrario), de una comicidad admirable teniendo en cuenta el panorama dramático, y rematado en un desenlace insólito, no por giro sorpresa o golpe de efecto, sino por el riesgo de alejarse de lo previsible, lo políticamente correcto y lo presumiblemente comercial.

La película es además un ejemplo de cómo construir y desarrollar personajes, de cómo impedir etiquetarlos o prejuzgarlos desde cualquier extremo o postura tajante, con actuaciones fabulosas de Frances McDormand y Sam Rockwell, ella una madre coraje que lo mismo planta cara a toda una comisaría que les patea la entrepierna a un par de adolescentes membrillos: y él, un tarugo enmadrado a lo Norman Bates que parece una versión de Torrente parida por Donald Trump.

Ya la tengo en mi lista de favoritas del año, y estamos aún en enero.


Director: Martin McDonagh
Guion: Martin McDonagh
Intérpretes: Frances McDormand, Sam Rockwell, Woody Harrleson, Caleb Landry Jones, John Hawkes, Peter Dinklage
País: Estados Unidos

jueves, 18 de enero de 2018

Suburbicon

El tercer hermano Coen




Hace unos meses, mientras veía La suerte de los Logan (Steven Soderberg, 2017), pensaba por enésima vez que para hacer una película de los Hermanos Coen no había más remedio que ser los Hermanos Coen. Algunos, como el propio Soderberg en su mencionado último trabajo, o Sam Raimi en Un plan sencillo (1998), o Harold Ramis en La cosecha de hielo (2005), se han aproximado a mayor o menor distancia a esa manera singular de dibujar personajes, remoldear géneros y retratar la Norteamérica profunda, aunque la seña de identidad original era tan poderosa que siempre salía ganando en la comparación.

En su ya larga trayectoria, los Coen han ido alternando proyectos genuinos con otras obras que se intuían estratégicas o aun mercenarias. Tenemos por un lado las películas cien por cien estilo Coen, aquellas que los han hecho reconocibles e imitados, y las que sin duda prefieren sus fans (Sangre fácil, Muerte entre las flores, El gran salto, Barton Fink, Fargo, El gran Lebowsky, El hombre que nunca estuvo allí…). Después están los trabajos que provienen de material ajeno, donde a veces han logrado una traslación casi perfecta a su universo peculiar, como en No es país para viejos y Valor de ley, y otras veces han obtenido resultados desiguales aunque siempre apetecibles (sería el caso de Crueldad intolerable, Ladykillers y Oh, Brother!). Por último, quedarían las obras más endogámicas, aquellas que parecen producto de un voluntario capricho, películas que abundan en la introspección o la broma privada, que parecen hechas más para el deleite propio que para el disfrute del público, y aquí incluiríamos la seudomusical y alternativa Inside Llewyin Davies, la más disparatada que cáustica Quemar después de leer, la ensimismada Un tipo serio (un plato demasiado kosher para el paladar mediterráneo), y su hasta ahora último (y quizá peor) film, Ave César, donde lo mejor eran los números musicales que homenajeaban y parodiaban a la vez a los clásicos de Hollywood.

Es verdad que George Clooney se ha convertido progresivamente en el miembro adoptado más destacado de la familia (arrebatándoles el privilegio a ilustres predecesores como Turturro, Buscemi, Goodman, Bridges o el fallecido Polito), y también es cierto que el guion de Suburbicon lo han escrito los propios Joel y Ethan, pero mentiría si no reconociera que esta me parece la mejor película de los Coen desde Valor de Ley (2010), aunque el tipo que ha mandado tras la cámara tenga otro apellido.

Quizá es porque se trata de un guion antiguo, de cuando sus autores se sentían más a gusto metiéndole sarcasmo y un punto de brutalidad al género negro tradicional, como si fuera el cierre de una hipotética trilogía que se completaría con Sangre Fácil y Fargo.

Los ingredientes son de sobra conocidos: años 50, pueblecito de risueños lugareños que regalan pasteles de zanahoria o de ruibarbo o de sirope de arce o de gelatina de cerezas o de cualquier bazofia empalagosa a sus nuevos vecinos; carteros rubicundos, padres patriotas que juegan a lanzar la pelota de béisbol con su hijo rapado al uno en el jardín trasero, señoras con rulos, predicadores… y de repente, una familia de negros. Al típico conflicto racial de arranque le unimos una pareja de chorizos que entra a robar en uno de esos hogares modélicos, y entonces la historia se lía y se oscurece y se retuerce, y terminamos entrando en Coenlandia, un lugar donde la muerte da risa y la cotidianidad da miedo.

Matt Damon vuelve a demostrar que vale para todo, que desde Ripley hasta el astronauta perdido de Interstellar (Christopher Nolan, 2014), pasando por indomables, soplones, soldados, infiltrados o espías amnésicos, cualquier personaje le encaja; que puede ser el bueno, el malo, el demonio con cara de santo o el cordero con dientes de lobo. Lo misterioso (y también lo meritorio) es que parece que nunca se esfuerce, que es más un bien mandado que un superdotado. Pero así, como quien pasaba por ahí sin hacer ruido, ya ha trabajado con Spielberg, Clint Eastwood, Scorsese, Coppola, Ridley Scott, Alexander Payne, Christopher Nolan, Soderberg, Terry Gilliam, Paul Greengrass, Gus van Sant, Robert de Niro, los susodichos Coen… Por currículum no será. 



Director: George Clooney
Guion: Joel Coen, Ethan Coen, George Clooney, Grant Heslov
Intérpretes: Matt Damon, Julianne Moore, Oscar Isaac
País: Estados Unidos

lunes, 15 de enero de 2018

Wonder Wheel

El cómico está triste y azul






“La creatividad es la inteligencia divirtiéndose”, escribe Enrique Vila-Matas en su última novela, una cita que viene bastante bien para explicar lo que le pasa (más bien lo que le falta) a la última generación de películas dirigidas por Woody Allen.

Si por algo este pequeño cerebro neoyorquino se hizo famoso en su momento fue, creo yo, por compaginar como nadie dos conceptos —la seriedad y la comedia (o la profundidad y el entretenimiento) — que muchos se negaban a conciliar, y eso dio como fruto las que casi todo el mundo reconoce como sus mejores obras: Annie Hall, Manhattan, Delitos y faltas, Hannah y sus hermanas, Maridos y mujeres, Misterioso asesinato en Manhattan

Pero como el prejuicio intelectual por excelencia sigue aferrado a la amarga idea de que reírse es de tontos, y que más vale un ceño fruncido que un chiste ingenioso, se ha impuesto también la tendencia a considerar que, en la inabarcable producción de Woody Allen, lucen más los títulos exclusivamente dramáticos que los descaradamente cómicos, opinión que no comparto, o no del todo.

Creo que Poderosa Afrodita, Todos dicen I love you, Un final made in Hollywood, Balas sobre Broadway, Desmontando a Harry, Si la cosa funciona y Granujas de medio pelo (una de mis favoritas, aunque no lo sea de casi nadie) son lo mejor del Woody Allen reciente, el más irregular y denostado, de cuya nómina dramática me quedo con Match point e Irrational man, pero de quien sigo prefiriendo su vertiente más cínica y sarcástica (y a quien, dicho sea de paso, echo de menos delante de la cámara; no es el mejor actor del mundo, pero podría aspirar al premio al mejor personaje del mundo).

También es verdad que con una película al año es fácil confundirse y mezclar sin darse cuenta, incluso olvidarse de algunos títulos que, aunque se hayan disfrutado razonablemente en la sala de cine, han quedado de inmediato sepultados bajo el peso del siguiente. En el caso concreto de Wonder Wheel, reaparece el Woody Allen netamente dramático, el intelectual que venera a sus clásicos, el chejoviano enamorado de Nueva York y el escéptico sentimental en su versión trágica.

Hombres sudorosos en camiseta que discuten a gritos con mujeres en bata en cuchitriles del extrarradio. Esto puede ser lo mismo Tennessee Williams que Esperanza Sur, y en este caso gana el primero, el teatro a la sitcom, el melodrama a la comedia, con la única excepción de ese niño pirómano, que sirve además para introducir la imprescindible dosis freudiana.

No me aburre ni me exaspera, pero tampoco me entusiasma, y además creo que la subtrama gansteril está desaprovechada, sobre todo en sus posibilidades cómicas. Eso sí, diría que es su película más brillante en lo estético desde Balas sobre Broadway.



Director: Woody Allen
Guion: Woody Allen
Intérpretes: Kate Winslet, Justin Timberlake, Jim Belushi, Juno Temple
País: Estados Unidos


viernes, 12 de enero de 2018

Star Wars: Los últimos jedi

Desequilibrio en la fuerza






Hay dos tipos de espectadores de Star Wars: aquellos para los que la primera película de la saga es La guerra de las galaxias, y aquellos para los que esa misma película se llama Episodio IV: Una nueva esperanza.

Como yo soy de los primeros —de los que hicieron hace cuarenta años la cola kilométrica en el Real Cinema de la plaza de Ópera de Madrid—, ver cada nueva entrega del serial galáctico se parece a ir al concierto de un grupo de rock al que sigues desde hace mucho: sabes que la actuación es una excusa para presentar el nuevo disco, pero en el fondo vas porque esperas que terminen tocando las canciones de siempre.

O sea, que quiero persecuciones de naves por esos cielos remotos, y luchas de sables chisporroteando, y tiroteos entre rebeldes e imperiales, y ruido, pirotecnia, velocidad, hiperespacio, todo eso que ya no aporta nada nuevo pero que es la razón por la que repites aunque te lo sepas de memoria.

Los cuarenta minutos finales de Los últimos Jedi son eso, y los disfruto sinceramente, pero tengo que pasar más de una hora y media bastante desequilibrada y que roza a veces lo tedioso, producto quizá de una época en la que el público pide hobbits, Narnias, corredores de laberintos y juegos de hambre; esto es, una época en la que se buscan sobre todo adeptos o frikis, que son más rentables fuera del cine que dentro. Bienvenidos a la religión del merchandising (de hecho, y si mal no recuerdo, es en esta película donde por primera vez se alude a los jedi como “religión” u “orden religiosa”… con la iglesia hemos topado, amigo Skywalker).

Aparte de que la nostalgia es dañina e injusta como ingrediente de cualquier análisis crítico (reconozcámoslo, cuarentones y cincuentones del mundo), creo que las nuevas y las futuras prolongaciones de la saga creada por George Lucas acarrearán el lastre de tener que ir prescindiendo de los personajes de siempre, de los más carismáticos, que bien han desaparecido —Darth Vader, Han Solo— o bien han quedado reducidos al cameo o el guiño glorioso —Chewbacca, C3PO, Joda, R2D2—, con la intriga de saber cómo se tratará el material filmado de la fallecida Leia/Carrie Fisher y en qué quedará la reaparición de Luke Skywalker tras esta penúltima entrega.

Me cuesta imaginar cuál sería la impresión de un espectador virgen, de alguien que jamás haya visto antes una película de la familia Star Wars —¿quedará alguno?—, e incluso me planteo si ha llegado el momento de jubilarse con honores y quedarnos con un bonito recuerdo, no vayamos a convertir un idílico amor de verano en un divorcio de destrucción masiva. O, si preferís el símil cinematográfico, no convirtamos La guerra de las galaxias en La guerra de los Rose.



Director: Rian Johnson
Guion: Rian Johnson
Intérpretes: Daisy Ridley, John Boyega, Adam Driver, Óscar Isaac, Mark Hamill, Carrie Fisher, Benicio del Toro
País: Estados Unidos

miércoles, 10 de enero de 2018

Musa

Terror pasteurizado






En Musa no reconozco al mejor Balagueró, el cotidiano y doméstico, el de REC, Mientras duermes y el telefilme Para entrar a vivir. Y me resistía a reconocerlo, pero tal vez el mejor Balagueró es medio Balagueró, o sea, el que filma y firma a medias con Paco Plaza.

La película se basa en una novela de José Carlos Somoza que no he leído, La dama número 13 (sí leí en su momento Clara y la penumbra, y me gustó mucho), pero en el guion adaptado de Balagueró y Navarro se percibe un aroma a danbrownismo que la sitúa más cerca de la fórmula rentable que de la originalidad creativa.

El misterio en este caso no proviene de supersticiones o lugares comunes del terror al uso, sino de una referencia culta (el mito de las siete musas), pero eso no garantiza nada, o incluso hace sospechar lo contrario, pues la historia del cine nos viene demostrando que las vidas de Andy Kauffman o Ed Wood pueden dar lugar a mejores películas que las de Napoleón o Jesucristo.

Musa adolece de algo que ya le ocurría a Regresión, la última película de Alejandro Amenábar, y es una sensación general de tibieza en una historia que pedía cocinarse a fuego más vivo. Además, y aunque hay momentos de innegable impacto visual, otras veces se advierte demasiada pulcritud cuando uno debería salir de una experiencia así emponzoñado hasta las trancas.


Director: Jaume Balagueró
Guion: Jaume Balagueró, Fernando Navarro (basado en la novela de José Carlos Somoza)Intérpretes: Elliot Cowan, Franka Potente, Ana Ularu, Leonor Watling, Manuela Vellés
País: España

lunes, 8 de enero de 2018

Perfectos desconocidos

Mi amigo el “modo avión”






De mi admiración por Álex de la Iglesia lo dije casi todo allá por abril, cuando reseñé El bar, así que hoy me centraré solo en las virtudes de Perfectos desconocidos, que son muchas aunque se trate de un remake y el director vasco haya renunciado por una vez a determinadas secciones (en especial, la de casquería) de su habitual mercado de abastos narrativos.

Por resumir: un escenario prácticamente único al que se le saca sin embargo el mayor de los dinamismos y se le añade una inquebrantable y creciente tensión; un plantel de personajes que son nosotros mismos y nuestra estupidez contemporánea (a medida que los teléfonos son más inteligentes, sus usuarios parecemos más lerdos), que representan nuestros prejuicios no superados y nuestra dependencia enfermiza de la tecnología portátil, lo que supone a la vez la degradación máxima de la en otros tiempos sagrada intimidad.
El mejor amigo del hombre ya no es el perro… es el “modo avión”.

Comedia costumbrista y a ratos negra, siempre con un punto de mala baba y de cierto desafío (cuidado con reírte de este o de esta, porque a lo mejor el siguiente gag te retrata a ti), con hechuras teatrales pero ritmo cinematográfico, y con unos actores fantásticos que dejan a los premios Goya a la altura de la final de Gran Hermano VIP (ni una sola candidatura —tampoco para el reparto de El bar—, lo que hace pensar en secuelas o aun represalias por el pasado de Álex de la Iglesia como director de la academia).

Llegó a las salas hace más de un mes y ha sobrevivido al aluvión de estrenos navideños; vamos a pensar, ya sea por una vez, que el público es sabio.


Director: Álex de la Iglesia
Guion: Jorge Guerricaechevarría, Álex de la Iglesia (remake de la película de Paolo Genovese)
Intérpretes: Eduard Fernández, Belén Rueda, Ernesto Alterio, Juana Acosta, Eduardo Noriega, Dafne Fernández, Pepón Nieto
País: España