martes, 11 de julio de 2017

Júlia ist

Erasmo se aburre en Berlín







“¿Qué le dice un arquitecto sin trabajo a un arquitecto con trabajo?... ¡Ponme una currywurst!”

El chiste, contado en la película por estudiantes de arquitectura alemanes, puede adaptarse perfectamente a nuestra realidad local (ponme una de bravas, o una de churros), y sirve también para darnos cuenta de que la crisis y la fuga de talentos no es cosa solo de la Península Ibérica, que mira que nos gusta flagelarnos y creernos el ombligo del mundo hasta para lo peor.

Esto es parte de lo que la directora Elena Martín quiere contarnos en Júlia ist, aunque no parece lo principal. De entrada, lo que más choca es que una historia que trata sobre una chica barcelonesa que se marcha a Berlín de Erasmus no sea un desfile continuo de borracheras, fiestorros, polvos en váteres y excesos propios de la edad juvenil; en fin, cualquier cosa menos estudiar, dormir ocho horas y mantenerse fiel en la distancia a la pareja de toda la vida.

Pues eso es justo lo que nos vamos a encontrar. Soledad, desorientación, añoranza, incomprensión, dificultades de integración, crisis de pareja… Porque Júlia ist viene a ser el reverso austero, contenido y dramático de Una casa de locos (Cédric Klapisch, 2002), cuyo título original, por cierto, era “El albergue español” (ejem). Y ahí reside su máximo valor, en la originalidad y el atrevimiento de narrar algo tan simple como posiblemente cercano a muchos jóvenes autóctonos (la película es un trasunto de la experiencia personal de la directora), aunque la versión legendaria y más popular sea justo la opuesta. Esto hace fácil su visionado, con algún que otro momento de notable sensibilidad, y con un innegable esmero en el tratamiento del personaje principal; más que correcto, aunque no es suficiente para entusiasmarnos.

Sé que os lo he advertido ya unas cuantas veces, pero no me resisto a recordarlo de nuevo: cuidado con el rollo de las películas “honestas”. Si algo, creo yo, puede permitirse el lujo de no ser honesto es la ficción. Esa presunta honestidad cinematográfica que ha provocado tantos orgasmos en el gremio de la crítica y en los patios de butacas de los festivales, acostumbra a ejercer de grandilocuente coartada para encubrir, entre otras cosas, la fealdad estética y la ausencia de argumento.

Desde la Nouvelle Vague hasta los pelmazos del Dogma danés, el cine de aspiración naturalista ha conseguido ganarse —no siempre con justicia— la etiqueta de auténtico, como si poner énfasis en cuestiones como la intriga, la emoción, el entretenimiento o el espectáculo fuese un pecado.

Júlia ist tiene el perdón de la opera prima realizada con cuatro perras. Solo espero que Martín no se conforme con los elogios recibidos por este debut, y sea capaz de comprender —como ya lo hiciera en su momento Jaime Rosales— que al público que paga entradas no le valen las pretensiones conceptuales ni los discursos alternativos si no van acompañados de una historia interesante, apasionante, entretenida, inquietante, lo que sea menos el timo eterno del aburrimiento disfrazado de honestidad.


Director: Elena Martín
Guion: Elena Martín, María Castellvi, Marta Cruañas, Pol Rebaque
Intérpretes: Elena Martín, Oriol Puig, Laura Weissmahr, Jakob Daprile
País: España

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