martes, 18 de julio de 2017

Colossal

Delirium tremens






Espero que con Vigalondo me pase lo mismo que me terminó de suceder con Wes Anderson (director a quien se cita en Colossal de forma explícita, por cierto). Sus primeras películas, amén de sobrevaloradas, me parecieron decepcionantes y, en según qué momentos, irritantes.

Después, a medida que ha ido preocupándose de verdad por contar una historia y dejando de lado sus tics de autor alternativo y su aparente intención de aspirar a ser el abanderado del orgullo friki, va a resultar que es posible aguantar hasta el final del metraje sin la sensación de que se han estado descojonando en tu cara.

El material narrativo de Colossal parece más propio de una comedia de Judd Apatow o de Edward Burns que de una película que se despacha con la etiqueta de la ciencia ficción y del subgénero kaiju-eiga —en cristiano, y para los que aún  no hemos sucumbido a la fiebre contemporánea por la excentricidad nipona: aquellas películas que veíamos de niños en los programas dobles de sesión continua, y en las que dragones, dinosaurios, robots o monstruosidades gigantescas de cualquier índole se paseaban entre los rascacielos chafando peatones a destajo. A mi memoria viene un título, Gorgo y Superman se citan en Tokio (Jun Fukuda, 1973), que no sé si soportaría un visionado actual—; o sea, que lo que supuestamente quiere contar de verdad Vigalondo es una historia romántica que parte de heridas abiertas en la infancia y que vuelven a supurar con el reencuentro de sus protagonistas ya adultos, ambos con sus respectivas vidas sentimentales arruinadas y con el bebercio como talón de Aquiles, espada de Damocles, caja de Pandora o gota que colma el vaso de cubata.

Alcoholismo y problemas de pareja vs. terror fantástico. ¿Cómo se cocina esto? Pues, o se opta por un tratado ilustrado de paranoias y alucinaciones derivadas del delirium tremens, o bien —y aquí hemos de reconocerle a Vigalondo el mérito que tiene— uno trata de encajarlo de una manera casi natural, como si fuera lo más corriente del mundo irse de buena mañana a un parque de tu pueblo y provocar que tus acciones tengan una réplica hipertrofiada y catastrófica en la otra punta del planeta.

Anne Hathaway demuestra una vez más que se atreve con lo que le echen, y a la peli le vienen bien los esporádicos guiños cómicos, como el uso de la célebre frase del rey emérito-campechano cuando quiso pedir perdón por haber ido a cazar elefantes. Por lo demás, no sé si es Vigalondo quien necesita aclararse o soy yo el que no termina de pillarle el punto. Su cine me sigue pareciendo aún ensimismado, autocomplaciente, como a mitad de camino entre parir una obra destinada al público que paga entradas o conformarse con un divertimento para intercambiar bromas privadas con sus colegas (que, ojo, deben de ser muchos en el gremio cinéfilo). Veremos qué pasa con la próxima.

Director: Nacho Vigalondo
Guion: Nacho Vigalondo
Intérpretes: Anne Hathaway, Jason Sudeikis, Dan Stevens, Tim Blake Nelson
País: Estados Unidos

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