lunes, 31 de julio de 2017

Dunkerque

La guerra desde dentro






La Guerra de Vietnam inauguró una nueva forma de interpretar el cine bélico. Películas como El cazador (Michael Cimino, 1978), Apocalypse Now (Francis Ford Coppola, 1979), Platoon (Oliver Stone, 1986), La chaqueta metálica (Stanley Kubrick, 1987) o Corazones de hierro (Brian De Palma, 1989), establecieron un patrón visual y dramático más acorde a unos tiempos ya conquistados por la violencia explícita y la hemoglobina a granel.

Más allá de lo estético y superficial, esta nueva manera de mostrar la guerra en pantalla añadía una diferencia crucial respecto a la tradición: el predominio de la conciencia sobre la épica, lo que terminó dando lugar en muchos casos a un cine bélico paradójicamente pacifista (o casi).

Años después llegaron Spielberg (Salvar al soldado Ryan, 1998) y Malick (La delgada línea roja, 1998) para aplicar la fórmula a la Segunda Guerra Mundial, cada cual en su estilo, pero marcando una tendencia que otros han seguido (el mismísimo Ridley Scott calcó el desembarco de Normandía spielbergiano nada menos que en Robin Hood), y de la que su última manifestación es la notable Hasta el último hombre (Mel Gibson, 2016).

No parecía este, en principio, un tema próximo a las inquietudes de Christopher Nolan, director tan sobrado de talento como de pretensiones, pero, mire usted por dónde, parece que el británico ha accedido a rebajar una pizca su ambición metafísica (toma nota, Paul Thomas Anderson) y se ha despachado con una peli de guerra canónica en lo narrativo y al mismo tiempo moderna en sus rasgos de estilo.

Para entendernos, como una mezcla perfecta entre Spielberg y Kubrick: espectacular, pero sin truculencias; atractiva a los ojos, pero también coqueta con las neuronas; centrada sobre todo en narrar el drama bélico desde la perspectiva del individuo, dejando a un lado la heroicidad grandilocuente. Porque la épica, que la hay, es minimalista, humana, doméstica, con un matiz crítico integrado de forma sutil, sin soflamas ni panfletos, jugando muy hábilmente al equilibrio entre la inteligencia y la inocencia, una de las virtudes del cine clásico que por desgracia se está perdiendo.

La relatividad del tiempo —que juraría que es el tema favorito de Nolan; si no, véanse Memento, Origen, Interestellar…— aparece aquí en la construcción de un guion dividido en tres puntos de vista separados por una semana, un día y una hora, que terminan convergiendo y dando sentido global a esta trama de ficción inspirada en un hecho real que —supongo que no por casualidad— nutre otra de las películas estrenadas estos días, la también recomendable Su mejor historia (Lone Scherfig, 2016).

Los primeros minutos pueden despistar un poco y amenazar con una indefinición argumental que enseguida se disipa y, bien ayudada por la enérgica fanfarria de Hans Zimmer, avanza en un crescendo de sensaciones y emociones (miedo, angustia, supervivencia, claustrofobia, sentido del deber, cobardía, temeridad, decepción, horror, esperanza, justicia…) hasta un desenlace como los de antes de la guerra.



Director: Christopher Nolan
Guion: Christopher Nolan
Intérpretes: Fionn Whitehead, Mark Rylance, Tom Hardy, Kenneth Branagh, Cillian Murphy
País: Estados Unidos

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