miércoles, 25 de enero de 2017

Silencio

Scorsese en susurros



Si el Infierno fuera una película, estaría dirigida por Martin Scorsese. Y si el Paraíso fuera una película… también. El creador de obras como Toro salvaje, Uno de los nuestros, Taxi driver, Casino, El lobo de Wall Street, La edad de la inocencia, El rey de la comedia, After hours, El cabo del miedo, Gangs of New York, El color del dinero, Infiltrados, Shutter Island, Malas calles o La invención de Hugo (casi nada) es el mejor abanderado de aquello que llamaron el Nuevo Hollywood, una pandilla de cineastas que en la década de los 70 del siglo pasado demostraron que las inquietudes del cine de autor eran perfectamente compatibles con la esencia lúdica y espectacular del Hollywood de toda la vida. A esta generación (retratada con todo detalle en el libro Moteros tranquilos, toros salvajes, de Peter Biskind) pertenecen de forma, digamos, “oficial”, directores como Francis Ford Coppola, Steven Spielberg, Brian de Palma, George Lucas, Warren Beatty o Terrence Malick, compartiendo oficio y nicho histórico con otros grandes de las últimas décadas como Woody Allen, Sidney Lumet, Clint Eastwood o Sidney Pollack.

Eso sí, cuando el pequeño gran neoyorquino se preocupa por el Cielo y el Infierno en el sentido más literal de los términos, su cine aminora la velocidad y diría que se desinfla un poco. Cambiemos Vietnam por Japón, el ejército por la iglesia, y a Kurtz por el hermano Ferreira, y cualquiera pensaría que Silencio es algo así como el reverso espiritual de Apocalypse Now (Francis Ford Coppola, 1979). Sin embargo, el que espere encontrar el nervio y el rock and roll de los títulos más celebrados y canallas del cineasta, se decepcionará casi seguro, pues esta odisea de dos misioneros en busca del jesuita perdido avanza a ritmo moroso y a veces puede resultar repetitiva (los rituales de apostasía, por ejemplo) e, incluso, un pelín espesa.



Igual es que esta vez el café del catering de rodaje era descafeinado, o que el médico le ha prohibido a Scorsese según qué excesos (el hombre va ya para los setenta y cinco), pero sorprende que, viendo lo que uno ha visto y lo mucho que lo ha disfrutado, el director no le haya sacado partido a un contexto tan jugoso y truculento como esa especie de réplica nipona de la Santa Inquisición (o, si se prefiere, el antepasado tridimensional y carnal de la caza del Pokémon).

Personalmente, prefiero al Scorsese frenético y excesivo, el más histriónico y visceral, aunque Silencio sea una película interesante y que merece la pena ver solo por los dilemas que plantea y por comprobar una vez más —la enésima— el peligro de hacer de la religión el cuarto poder (que a la postre termina siendo el único y verdadero). En el terreno interpretativo, destacar la composición entre espeluznante y grimosa de Issei Ogata, que merecía haber rascado una candidatura en los Oscar. Por lo demás, ya me relamo esperando los siguientes proyectos de Scorsese: un thriller sobre un asesino en serie del siglo XIX protagonizado por Leonardo Di Caprio y con guion de Billy Ray, y (¡atentos!) el biopic de Frank Sheeran, mafioso apodado “El irlandés”, con guion de Steven Zaillian y con un reparto que hace temblar las canillas de pura emoción: Robert De Niro, Joe Pesci, Al Pacino, Harvey Keitel…

Director: Martin Scorsese
Guion: Jay Cocks, Martin Scorsese (sobre la novela de Shusaku Endo)
Intérpretes: Andrew Garfield, Adam Driver, Issei Ogata, Tadanobu Asano, Liam Neeson
País: Estados Unidos




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