lunes, 23 de enero de 2017

Bienvenidos al Ambigú García


En un tiempo remoto, cuando los dinosaurios del Technicolor y la Sesión Continua habitaban la Tierra, los bares de los cines se llamaban ambigú, un nombre sugerente que casi incitaba a la tertulia cultureta cerveza en ristre. En el intermedio de los programas dobles, además, solía emitirse un anuncio con el eslogan “Visite nuestro bar”, una pieza audiovisual que a día de hoy debe de cotizarse como una joya retro entre los coleccionistas.

Cada vez hay menos cines, y los bares de estos han sido reemplazados por puestos de venta al por mayor donde la bebida de tamaño infantil contiene un litro y medio de caldo y la medida regular de un bol de palomitas coincide con las dimensiones de un jacuzzi, burbuja arriba o abajo.

Sin embargo, la afición por ver películas no se ha extinguido. Algunos siguen visitando las salas oscuras de pantalla grande, mientras que otros cultivan la cinefilia mirando la tele y sin levantar el culo del sofá de casa, o bien jugando a piratas del océano virtual y coleccionando clásicos, rarezas y spam con la misma avidez con la que antaño se merendaban programas dobles en los viejos cines de barrio.

Por otra parte, el consumidor de películas se enfrenta a diario a enemigos que parecen confabulados para boicotearle sus momentos memorables delante de una pantalla (o pantallita). A veces los enemigos toman la forma de un tráiler marrullero o chivato; otras, mutan a la piel de un crítico melindroso, pedante o ceñudo, sin descartar las veces en las que el enemigo se cuela en casa y adopta la personalidad de ese amigo o vecino que apoya sus valoraciones y recomendaciones en argumentos tan sólidos y profundos como “No vayas a verla, es una puta mierda”.

En el Ambigú García hablaremos de películas por placer y también por incontinencia, y, ya puestos, trataremos de compensar los males que causan en el espectador la publicidad engañosa y esa especie de cinefilia vegana que solo consume películas “sinceras y necesarias”.

Bienvenidos.

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