viernes, 2 de febrero de 2018

The disaster artist

La comedia involuntaria






Convengamos en que el postureo friki existe. El friki ya no es necesariamente un marginado, y determinadas obras, corrientes o tendencias que acostumbramos a incluir en el catálogo oficioso de frikismos son ya tan cool como los zapatos de Manolo Blanik o el iPhone nosecuántos (he perdido la cuenta).

Precisamente por esto tenía yo mis temores antes de ver The diaster artist. Me olía que a James Franco le apetecía pegarse un pasote para vacilar a la industria y ganarse el título —aparentemente despectivo pero más pretencioso de lo que se nos quiere vender— de director maldito, o rebelde, o alternativo, o bueno, sí, friki.

Dicho de otra manera: sospechaba que no se trataría de una comedia para el público, sino de un divertimento exclusivo para su autor. Por suerte me equivoqué, y aunque es verdad que tiene momentos genuinamente graciosos y otros que lo pretenden y no lo son tanto, en general The disaster artist es curiosa y entretenida, recomendable sobre todo para los aficionados a ese subgénero conocido como “cine dentro del cine”, que abarca desde las clásicas Cantando bajo la lluvia (Stanley Donen, Gene Kelly, 1952), El crepúsculo de los dioses (Billy Wilder, 1950) o Cautivos del mal (Vincente Minelli, 1952) hasta las modernas Ed Wood (Tim Burton, 1994), Boogie nights (Paul Thomas Anderson, 1997) o Vivir rodando (Tom DiCillo, 1995). Esta última es la más cercana como obra de ficción, aunque la peculiaridad del protagonista y el hecho de que sea un personaje real hace inevitable la asociación con la película de Tim Burton.

Pero hay una diferencia fundamental: Ed Wood era un megalómano casi naif, un animador de cumpleaños infantil que se creía Orson Welles, mientras que Tommy Wiseau es poco menos que un zumbado que se cree un artista complejo y transgresor. Wood es el niño pequeño que te enseña los cuatro rayajos que ha pintado y al que le dices que es un dibujo precioso; Wiseau es el cuñao o el vecino plasta que se cree Kubrick y quiere engancharte para que veas el “artístico” vídeo de la comunión de su hijo.

La película recrea el rodaje de The room, un truñardo tan apestoso y lamentable que terminó siendo reivindicado por la incipiente aristocracia friki para amenizar sesiones golfas y practicar el malsano ejercicio de descojonarse de una obra creada justo con la intención opuesta. Ya lo hemos dicho aquí más de una vez: cuando se traspasa la frontera de la máxima intensidad, se entra en el terreno de la comedia involuntaria. Eso le ocurrió al tal Tommy Wiseau, en cuyo pellejo se mete el propio Franco logrando un calco casi perfecto y que puede apreciarse en detalle durante la sucesión de planos paralelos que acompañan a los créditos finales.

Dependiendo de cómo se afronte el visionado (o bien del número de manuales de coaching y similares que uno lleve en el cuerpo) caben dos conclusiones: que no importan los resultados si el trabajo se realiza con empeño e ilusión, o bien que si uno se cree más artista que nadie solo por ser más raro estará condenado irremediablemente al ridículo.

Confieso que durante unos minutos, recién terminada la película, se me despertaron las ganas de ver The room, por puro morbo, supongo. Suerte que se me pasaron enseguida y sigo siendo noventa minutos más cuerdo.


Director: James Franco
Guion: Scott Neustadter, Michael H. Weber (basado en el libro de Greg Sestero y Tom Bissell)
Intérpretes: James Franco, Dave Franco, Seth Rogen, Alison Brie, Zac Efron
País: Estados Unidos


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