La
actualidad informativa provoca a veces interferencias como zancadillas de
elefante en cualquier ámbito de la vida, desde la conversación de cada día
durante el café mañanero hasta el argumento de la ficción que utilizamos para
evadirnos precisamente de dicha realidad.
Espero
que esos sucesos execrables y comprensiblemente acaparadores de portadas y
titulares (manadas de cafres miserables, matarifes de cuarto de estar,
parricidas de aliento etílico y corazón podrido…) no lleguen a enturbiar la
interpretación o las ganas de ver una película como La batalla de los sexos,
que es, al fin y al cabo, una comedia.
Los
famosos directores de la divertida y aspirante a clásico Pequeña Miss Sunshine
(2006) reproducen esta vez el
desafío que el tenista retirado Bobby Riggs le lanzó a la por entonces
candidata a número uno Billie Jean King, materializado en un partido celebrado
en 1973 y que pasaría a la historia por su simbolismo social más que por su
naturaleza deportiva. ¿Podía una
tenista vencer a un tenista, aunque
fuera ya un jubilado como Riggs?
El planteamiento de la apuesta es
ya en sí mismo discutible y en buena medida ofensivo, pero después de ver al
tal Riggs escupir joyas dialécticas como “A mí me encantan las mujeres… en
la cocina y en la cama”, no hace falta mucho esfuerzo para convertirse en hooligan del bando contrario y contar los días, las horas y los minutos para que empiece el partido.
Es
verdad que la película ilustra el asunto con más elegancia que vitriolo, pero
eso tampoco es sinónimo de frivolidad, y menos aún de insensibilidad. Como
comedia no termina de estallar, y tampoco quiere cargar demasiado el saco del drama,
pero la historia, aparte de verídica (que con eso ya gana predisposición) es
tan pintoresca y aplicable a la actualidad que no solo se deja ver, sino que
casi te obliga a que la veas y la digieras.
Una digestión que, por
ejemplo, nos debería recordar que mantener una rivalidad fortalece al que discrimina
más que al que pelea por sus derechos. El propio concepto de batalla de sexos
viene de algún modo a dar la razón al que sostiene que ambos géneros son
opuestos y están por tanto abocados al enfrentamiento. La clave de todo está
quizá en una frase que dice Billie Jean King tras una pregunta de la prensa: “No
queremos ser mejores, solo pedimos respeto”.
Me
temo que se nos ha olvidado que esa es o debería ser la base del feminismo. Que
no es el lado opuesto del machismo, sino su vacuna. El feminismo no es reclamar
que las mujeres son superiores a los hombres (eso sería replicarlo, no
combatirlo), sino exigir la igualdad de oportunidades, de derechos, de sueldos,
de trato personal, de consideración general.
Tampoco
está mal recordar que el machismo no solo lo ejercen y fomentan los hombres, y
que quizá el hueso más duro de roer en esta merienda de fieras es el de las
mujeres que prolongan los tics y comportamientos que por otro lado se quieren
eliminar (hay un personaje que lo representa en la película, y creo que es
también un acierto).
Rebelarse
ante atrocidades como la de la manada se San Fermín no es competencia exclusiva
del feminismo; es justicia, nos compete a todos, hombres y mujeres. Mientras
tanto, tenemos derecho a distraernos con obras como esta, tal vez no muy
brillante, pero sí entretenida y equilibrada, que ya quisieran muchos.
Director: Jonathan
Dayton y Valerie Faris
Guion: Simon
Beaufoy
Intérpretes: Emma
Stone, Steve Carell, Andrea Riseborough, Bill Pullman
País: Estados
Unidos