John Carney se hizo popular con Once (2006), una de esas piezas minimalistas y carentes de grandes pretensiones, destinada en principio a un paso fugaz por la cartelera, que sin embargo se prolongó larga e inesperadamente gracias a la promoción espontánea de los espectadores. Valiéndose de los artistas reales —Glen Hansard y Marketa Irgova— para protagonizarla, Carney cuenta la historia de un músico callejero que ha hecho del desplante de su ex novia la materia prima principal de sus canciones, y que un día se topa con una inmigrante checa, vendedora de flores y también aspirante a cantautora. Cuando ambos unen sus cuitas y sus instrumentos, nacerá un dúo capaz de parir temas como Fallimg slowly, Oscar a la mejor canción original, y abanderada de un ejército de canciones sencillamente deliciosas. Con Once, el director irlandés asentó los rasgos definitorios de su cine, que es amable, melancólico y sentimental, pero en ningún caso ñoño o lacrimógeno, y dejó constancia de una habilidad admirable para eludir los finales felices previsibles, sin que ello suponga que uno se sienta insatisfecho cuando aparecen los títulos de crédito.
En
Begin
Again (2014) —para mí su
mejor película—, Carney cruza el charco y traslada a Nueva York lo que tan bien
le funcionó en Dublín. La música como banda sonora, pero también como argumento
y como medio de vida, como negocio y como forma de expresión. Al igual que en
su pariente no tan lejana The Commitments (Alan Parker, 1991),
la música está integrada en la lógica narrativa de la historia y no supone
(como en los musicales clásicos al estilo Broadway) una ruptura de los cánones
de la realidad. Las canciones se interpretan en un bar o en un concierto, en un
ensayo o en la ducha, o bien son escuchadas en la radio o en un reproductor
MP3. Pero esto no quiere decir que Carney carezca de sutileza o de sentido
poético. Secuencias como la del productor imaginando los arreglos o la
conversación sobre cómo la música puede manipular la banalidad hasta
convertirla en emoción son una muestra del talento de este director irlandés
para llegar al corazón por la vía de la sencillez. Carney sigue apostando
además por los buenos sentimientos antes que por los desenlaces felices, y eso
se nota tanto en la manera de contarnos la relación entre padre e hija como en
el desarrollo de la amistad entre la pareja protagonista. Números musicales con
fuerza, como el del callejón con los chavales o el de la terraza, y una mirada
optimista a la transformación del negocio musical en relación con los nuevos
canales y tecnologías de la comunicación. Buen rollo con naturalidad y sin
peligro para los diabéticos.
Su
última película hasta la fecha, Sing Street (2016), mantiene las
constantes habituales, pero esta vez cambia de época. Viajamos a los albores de
la década de los 80, el rock sinfónico y grandilocuente de Genesis o Pink Floyd
es para hermanos mayores trasnochados, y estar en la onda significa orientar la
oreja hacia las bandas que recogen y reinventan las esencias del punk —Joy
Division, The Cure—, y después ir enganchándose al tren de la moda, que lo
mismo se viste de neorromántica —Duran Duran, Spandau Ballet— que de
tecnopopera —Depeche Mode, Human League—, y con ello Carney compone una
historia que ya hemos visto pero que siempre apetece ver: conquistar a la chica
y plantar cara a los abusones del patio del colegio pasa por la misma solución,
montar tu banda, reivindicarte a través de tus canciones, y eso es justo lo que
el adolescente protagonista se atreve a hacer ayudado de sus colegas medio nerds y con el impagable asesoramiento
de su hermano, que en este caso no es trasnochado, sino una especie de gurú del
vinilo. Si has vivido los 80, a lo mejor te regalas un buen rato y, después de
verla, te sorprendes a ti mismo rebuscando en el cuarto de los trastos tus
viejas casetes y tarareando los viejos himnos del viaje de fin de curso, del
paso del Ecuador o de los días de litrona y hierbas. Muy recomendable.
“Ellos son la tristeza alegre”, dice el hermano mayor, y entonces suena esto:
“Ellos son la tristeza alegre”, dice el hermano mayor, y entonces suena esto:
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