Antes
que nada, pongamos las cartas sobre la mesa, o las cartas boca arriba, o los
puntos sobre las íes, o las cuentas claras y el chocolate espeso, o al pan pan
y al vino vino, o como sea, que cada cual elija su latiguillo favorito: el cine
iraní, así, como concepto en su totalidad, es algo de lo que habla mucha gente tanto
para alabarlo como para denostarlo, aunque yo diría que saber, lo que se dice
saber de verdad qué es, muy poco o nada, y me incluyo el primero.
Me
explico: a menos que uno haya vivido en Irán durante un tiempo considerable, lo
más que llega aquí de su producción cinematográfica es escaso, y eso siendo
generoso. Hasta hace cuatro días, una película iraní era invariablemente sinónimo
del naturalismo plomizo de Abbas Kiarostami, alternado solo muy de vez en
cuando con filmes de innegable valor antropológico y documental —los de Jafar Panahi
o Hana Makhmalbaf, por ejemplo—, pero que rara vez conectaban con un público
que —no lo olvidemos, por favor— no acude a los cines para ver Informe Semanal en una pantalla gigante.
En
medio de este suministro habitual de nobles intenciones y tedio narrativo, en
2004 asomó la cabeza el director Bahman Ghobadi con la muy interesante Las
tortugas también vuelan, superándose cinco años después con la estupenda
Nadie
sabe nada de gatos persas (imprescindible para los amantes del rock o
la música popular). Ese mismo año, se estrenó A propósito de Elly (2009),
y el nombre de Asghar Fahardi se hizo su hueco entre nuestras carteleras para
quedarse a vivir con todo merecimiento gracias a su siguiente —y en mi opinión
mejor— trabajo, Nader y Simin, una separación (2011), con la que se llevó a
casa su primer Oscar. Después vino El pasado (2013), también excelente,
y ahora, El viajante, una nueva demostración de cómo hacer girar toda
una historia alrededor de una elipsis (y cómo trincar una estatuilla más para
el aparador de la entrada o la vitrina del comedor).
Una
pareja que se ve obligada a mudarse de piso porque el suyo se cae literalmente
a pedazos, una antigua inquilina tan inquietante como escurridiza, y una representación
de la obra Muerte de un viajante
conforman el andamio de una trama en la que el misterio y los problemas se van
colando por la rendija de una puerta semiabierta… Mejor no desvelar nada más.
Como
suele suceder en todas sus películas, Fahardi controla minuciosamente cada
detalle y cada paso que da su historia, consiguiendo dos primeros actos
brillantes tanto en el aspecto dramático como en el manejo de la intriga. El
tercero, que funciona casi como una pieza teatral aislada (lo de Arthur Miller
no es mero capricho), es fundamental en su contenido, pero quizá esta un tanto
alargado (diez minutillos de poda igual habrían venido bien). Aun así, se lo
perdonamos, pues pocos directores arriesgan a la hora de resolver sus
desenlaces, y esta es una película que desafía nuestras más férreas convicciones
sobre la justicia y la venganza, en un final que puede lo mismo sorprender que
desconcertar, y ahí reside su mérito.
Cine
que brinca por encima de las fronteras culturales y que debería servir para
destruir prejuicios, aunque entendamos que la sombra de Kiarostami y compañía
es alargada y espesa. Qué le vamos a hacer.
Director: Asghar
Fahardi
Guion: Asghar
Fahardi
Intérpretes: Shahab
Hoseini, Taraneh Alidoosti, Babak Karimi, Mina Sadati
País: Irán
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