Piensa
en la madrastra de Cenicienta, en la bruja del cuento que prefieras, en la señorita
Rottenmeier, en la vieja momificada de la mecedora de Psicosis, en la madre de Carrie
o en la de Cisne negro, en Carmina Barrios atascada de rebujitos, en Angela
Channing un año de mala cosecha o en Belén Esteban comiendo un limón; piensa en
todas ellas a la vez y seguro que la imagen que se te representa está aún lejos
de la de ese personajazo con el que Allison Janney se ha ganado un Oscar tan
cantado como merecido, y que valdría una película por sí solo.
Janney
interpreta a la madre de Tonya Harding (Matgot Robbie, también fabulosa),
patinadora estadounidense que se hizo famosa primero por sus méritos deportivos
y poco después por su implicación en la agresión a una de sus compañeras y
rivales.
Tonya
es una choni en un deporte de princesas, una víctima de todo aquel que debería
quererla, alguien que ha aprendido a sobrevivir a base de trompazos y venablos,
y que, a pesar de todo ello, posee una habilidad que la convierte en la número
uno.
Con
estas credenciales, la muchacha iba camino de repetir el modelo de John Turturro en Quiz show (Robert Redford,
1996), es decir, un héroe para las masas que se parezca más a los fans que a
los ídolos; un tipo corriente, del pueblo. Pero así como en la tele la
estrategia es acercar los personajes al nivel que se le presupone al espectador
medio, en un deporte elitista como el patinaje sobre hielo se ve que no
interesaba tener a una tronista de Mujeres,
hombres y viceversa como abanderada olímpica.
Gracias
a un ritmo inagotable y a unos diálogos afilados como las cuchillas de los
patines, Yo, Tonya funciona como una comedia negra, ácida y certera en
el retrato costumbrista; una de esas obras que, de nuevo, reivindican aquello
de que para crear una gran historia de ficción no hace falta un gran personaje
histórico.
Eso
que llamamos globalización no se
limita a las franquicias de comida rápida y teléfonos móviles; también está en
nuestra forma heredada de entender conceptos como el éxito o la felicidad, o en
nuestra manera caprichosa y fratricida de nombrar héroes y villanos. Los mastuerzos
y chapuceros aspirantes a delincuentes que protagonizan esta película son parte
de esa sociedad enferma global. Parecen personajes huidos de un borrador de los
hermanos Coen, pero lo sorprendente y a la vez espeluznante es que son reales,
que existen (en los créditos finales podemos apreciar el buen trabajo de
caracterización), y que, además, seguro que se parecen a alguien que conocemos.
Un
horror para descojonarse, o un disparate para acojonarse. Elegid vosotros.
Director: Craig
Gillespie
Guion: Steven
Rogers
Intérpretes: Margot
Robbie, Allison Janney, Sebastian Stan, Caitlin Carver
País: Estados
Unidos
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