Algunos críticos y cinéfilos sostienen que la segunda mitad de la
filmografía de Pal Thomas Anderson (la formada por Punch
drunk love, Pozos de ambición, The
master y Puro vicio) es superior a la primera (la que componen Sidney,
Boogie
nights y Magnolia), y no puedo estar más en desacuerdo. Anderson pasó de
mirar a Scorsese y Tarantino a convertirse en un miembro del club de los
elegidos autoconscientes, como Kubrick o Malick. Dicen quienes celebran esta
transformación que es un síntoma de madurez. Pues vale. Mejor para ellos,
aunque no creo que tenga nada que ver. Es decir, más maduro no tiene por qué
significar más espeso, más denso, más pretencioso. Anderson se ha vuelto
constreñido, circunspecto, ceñudo. Sigue siendo un director extraordinario,
hasta el punto de que sus últimas películas me parecieron más valiosas desde el
punto de vista de la dirección que de la narración.
Así que poco me faltó para ir a ver El hilo invisible acompañado
de mi abogado, por si había que alegar defensa propia… pero no. Resulta que
está bien, que funciona la propuesta entre barroca y victoriana del director,
que esta vez venía a cuento lo de ser sutil y a la vez pomposo, que el
manierismo y la afectación y todo eso que tanto me irrita otras veces tiene
sentido en el relato de este romance turbio, enfermizo y tóxico.
Eso sí, jamás la recomendaría a espectadores convencionales, mucho
menos a quienes (con todo el derecho del mundo, que conste) buscan en la sala
oscura una historia evasiva y compatible con la digestión del maíz inflado.
La
película aborda con elegancia —y a ratos hasta delicadeza— la historia de amor y
lucha entre el obsesivo y perfeccionista diseñador de moda Reynolds Woodcock y
su nueva musa, Alma, quien pondrá patas arriba el universo metódico y pluscuamperfecto
del costurero, hasta entonces controlado por la férrea diligencia de su hermana
Cyrill, una señora que parece fruto de las entrañas perversas de Hitchcock.
A
veces la narración se acerca al suspense, y otras opta por el drama psicológico,
con una estética necesariamente relamida y un tono algo gélido que, no
obstante, mantiene siempre el interés y la tensión.
Perfecta
también la ambientación de época, y una atmósfera que se nutre por igual del
glamour del mundo de la moda y de las emociones no tan luminosas de los
personajes, casi siempre contenidas pero hábilmente trazadas en gestos tan
medidos como elocuentes.
Sigo
prefiriendo al Paul Thomas Anderson de los inicios, pero reconozco que me ha camelado
y mantenido enganchado a la historia, hasta el punto de que uno sale del cine y
pasa la tarde y la noche aún con las neuronas removidas, y eso ya es mucho.
Director: Paul
Thomas Anderson
Guion: Paul
Thomas Anderson
Intérpretes: Daniel
Day-Lewis, Vicky Krieps, Lesley Manville
País: Estados
Unidos
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