El
fulano en cuestión, Barry Seal, era un piloto de la TWA que se sacaba propinas
trapicheando con puros cubanos y otras minucias, y cuya habilidad para hacerle
la competencia desleal al duty free no
pasó desapercibida a sus compatriotas de la CIA, que lo terminaron reclutando
como transportista por esas guerras de Dios y papá Reagan.
Con
tanto trasiego, la destreza de Seal no tardó en convertirse en reclamo para
hombres de negocios tan ilustres como Pablo Escobar y sus socios de Medellín, o
el general Manuel Antonio Noriega, así que el ex piloto comercial no
desaprovechó su nueva faceta mercenaria y se las ingenió para compaginar sus
misiones patrióticas (fotos aéreas del enemigo, suministro de armas a la contra
nicaragüense, etc.) con el oficio de camello al por mayor, lo cual le reportó
tanta pasta que no llegó a caberle (literalmente) en casa.
Así
fue hasta que su antaño valiosa contribución pasó a ser un peligro para los
culos apoltronados. Esos mismo culos que dejaron a Seal con el suyo al aire (un
trasero que, por cierto, vemos también literalmente un par de veces, haciendo
eso que se llama “un calvo”, inmejorable metáfora de lo que en el fondo resultó
ser todo este tinglado).
Una
historia real con la que cualquiera se imagina a Michael Moore babeando o a
Oliver Stone relamiéndose —o viceversa—, pero que ha sido Doug Liman quien se
ha ocupado finalmente de filmar, y eso significa que el aspecto lúdico importa
tanto como la denuncia política, y desde aquí brindamos por ello, porque el
resultado es sobresaliente.
Liman
aplica una fórmula narrativa que es casi una réplica de la que Scorsese empleó
en películas como Uno de los nuestros o Casino: montaje frenético a ritmo de
éxitos rockeros, relato en primera persona del protagonista (a veces como voz
en off y a veces mirando directamente a la cámara), destellos satíricos o cien
por cien cómicos que no atenúan sino que incluso subrayan aún más la crueldad de
ciertos episodios… Y sumado a todo esto, la ausencia total de imposiciones
morales, estampas paisajísticas de síndrome de Stendhal, y un uso antológico de las imágenes de archivo, con gags dignos de El intermedio, como el del matrimonio Reagan aconsejando a los
niños que no se droguen o el momento “camaleón” de Bush padre para eludir una
pregunta comprometida.
Tom Cruise, que acostumbra a pasarse de rosca tanto en casa como en el trabajo, es un buen actor cuando quiere, y aquí parecía quererlo de verdad.
Barry
Seal: El traficante es valiosa por sus virtudes reivindicativas
y documentales, pero no menos por ser un entretenimiento de primera categoría.
Al cine se va para eso; o al menos es lo que yo entendí.
Director: Doug
Liman
Guion: Gary
Spinelli
Intérpretes: Tom
Cruise, Domhnall Gleeson, Jayma Mays
País: Estados
Unidos
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