Imaginemos
que la pandilla de Verano Azul, en
vez de encontrarse con Chanquete, se topa con Fofito perjudicado tras un fin de
semana en Magaluf… Pasémoslo por el filtro de las constantes autorales de
Stephen King, y aparece Pennywise para recordarnos que nunca habrá miedos como
los que sufrimos de niños, y eso contando con que nos los hayamos quitado
realmente de encima.
Si
existe una palabra para definir la fobia a los payasos (coulrofobia) no será
por casualidad. El payaso como elemento siniestro o aterrador es un clásico del
cine y de la ficción en general: acojonaba al niño de Poltergeist (Tobe Hooper,
1982) y al estrafalario Kramer en la telecomedia Seinfeld; Álex de la
Iglesia lo escogió como imagen simbólica del fratricidio ancestral de las dos
Españas en Balada triste de trompeta (2010), y de payaso se pasaba
disfrazado durante tres horas James Stewart en El mayor espectáculo del mundo
(Cecil B. DeMille, 1952) para burlar a los policías que le perseguían por
asesino.
Será
por todo eso o no, pero después de muchos años y de incontables películas
basadas en relatos de Stephen King, cada vez que alguien menciona It,
sale otro u otra al paso para apostillar “sí, la del payaso”.
Esta
It
que nos llega ahora no es solo una nueva versión de la novela de King, sino
también un indisimulado remake del
telefilme dirigido por Tommy Lee Wallace en 1990 y que en su momento se
convirtió en un clásico de videoclub. Muschietti, creo yo, mejora sustancialmente
a su antecesor, acertando en primer lugar con un cambio estructural que impone
una cronología lineal, lo que a su vez ayuda a potenciar el misterio y la
tensión de forma progresiva, y también a que el espectador viva la odisea de
forma simultánea a los personajes y no como un flashback. Así pues, para conocer a los protagonistas de adultos
habrá que esperar a la segunda parte (prevista para 2019).
It trata
sobre el origen y la naturaleza del miedo, sobre los monstruos como
representación de los dramas domésticos y los íntimos trastornos, y puede
entenderse casi como una colección —o más bien un popurrí— de grandes éxitos de
su autor, entre los que suenan a mayor volumen títulos como Cuenta conmigo, Carrie, y un poco también El
cazador de sueños. Encontramos temas recurrentes como el trauma de pasar de
la infancia a la adolescencia, la marginalidad de los diferentes, el abuso sobre
los débiles o los perdedores (vale, ahora se dice bullyng), la nostalgia por los amigos y amores del pasado… Basta
repasar la lista para ratificar la innegable influencia de King en el género y
en autores como Spielberg o J. J. Abrams, sin olvidar que directores como Brian
de Palma, Lawrence Kasdan, Rob Reiner, Frank Darabont, David Cronenberg o
Stanley Kubrick han rodado películas partiendo de sus textos. Hay quien
sostiene que a Stephen King se lo venerará en el futuro en una medida
comparable a la que hoy empleamos con Edgar Allan Poe o H. P. Lovercraft. No me
atrevo a afirmarlo o desmentirlo, pero es evidente que el caudal de esta fuente
narrativa parece lejos de agotarse, ya sea de forma genuina o vía homenaje,
como ha demostrado el éxito reciente de la serie Stranger Things.
No
se puede decir que sea una película innovadora en el apartado de los sustos y
la representación visual del horror, pero hay alguna que otra imagen memorable,
y al menos se adivina la intención de que predomine la apariencia orgánica
sobre la digital. Todo un regalo en una época en la que hay demasiadas
películas que parecen las hermanas pobres de un videojuego.
Director: Andrés
Muschietti
Guion: Chase
Palmer, Cary Fukunaga, Gary Dauberman (basado en la novela de Stephen King)
Intérpretes: Bill
Skarsgard, Jaeden Lieberther, Sophia Lillis, Finn Wolfhard, Wyatt Oleff, Jeremy
Ray Taylor, Jack Dylan Grazer, Chosen Jacobs
País: Estados
Unidos