“¿Qué
le dice un arquitecto sin trabajo a un arquitecto con trabajo?... ¡Ponme una
currywurst!”
El
chiste, contado en la película por estudiantes de arquitectura alemanes, puede
adaptarse perfectamente a nuestra realidad local (ponme una de bravas, o una de
churros), y sirve también para darnos cuenta de que la crisis y la fuga de talentos
no es cosa solo de la Península Ibérica, que mira que nos gusta flagelarnos y
creernos el ombligo del mundo hasta para lo peor.
Esto
es parte de lo que la directora Elena Martín quiere contarnos en Júlia
ist, aunque no parece lo principal. De entrada, lo que más choca es que
una historia que trata sobre una chica barcelonesa que se marcha a Berlín de
Erasmus no sea un desfile continuo de borracheras, fiestorros, polvos en
váteres y excesos propios de la edad juvenil; en fin, cualquier cosa menos
estudiar, dormir ocho horas y mantenerse fiel en la distancia a la pareja de
toda la vida.
Pues
eso es justo lo que nos vamos a encontrar. Soledad, desorientación, añoranza,
incomprensión, dificultades de integración, crisis de pareja… Porque Júlia
ist viene a ser el reverso austero, contenido y dramático de Una
casa de locos (Cédric Klapisch, 2002), cuyo título original, por
cierto, era “El albergue español” (ejem). Y ahí reside su máximo valor, en la
originalidad y el atrevimiento de narrar algo tan simple como posiblemente cercano
a muchos jóvenes autóctonos (la película es un trasunto de la experiencia
personal de la directora), aunque la versión legendaria y más popular sea justo
la opuesta. Esto hace fácil su visionado, con algún que otro momento de notable
sensibilidad, y con un innegable esmero en el tratamiento del personaje
principal; más que correcto, aunque no es suficiente para entusiasmarnos.
Sé
que os lo he advertido ya unas cuantas veces, pero no me resisto a recordarlo
de nuevo: cuidado con el rollo de las películas “honestas”. Si algo, creo yo,
puede permitirse el lujo de no ser honesto es la ficción. Esa presunta
honestidad cinematográfica que ha provocado tantos orgasmos en el gremio de la
crítica y en los patios de butacas de los festivales, acostumbra a ejercer de grandilocuente
coartada para encubrir, entre otras cosas, la fealdad estética y la ausencia de argumento.
Desde
la Nouvelle Vague hasta los pelmazos del Dogma danés, el cine de aspiración naturalista
ha conseguido ganarse —no siempre con justicia— la etiqueta de auténtico, como si poner énfasis en
cuestiones como la intriga, la emoción, el entretenimiento o el espectáculo
fuese un pecado.
Júlia
ist tiene el perdón de la opera prima realizada con cuatro perras.
Solo espero que Martín no se conforme con los elogios recibidos por este debut,
y sea capaz de comprender —como ya lo hiciera en su momento Jaime Rosales— que
al público que paga entradas no le valen las pretensiones conceptuales ni los
discursos alternativos si no van acompañados de una historia interesante,
apasionante, entretenida, inquietante, lo que sea menos el timo eterno del aburrimiento
disfrazado de honestidad.
Director: Elena
Martín
Guion: Elena
Martín, María Castellvi, Marta Cruañas, Pol Rebaque
Intérpretes: Elena
Martín, Oriol Puig, Laura Weissmahr, Jakob Daprile
País: España
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