Espero
que con Vigalondo me pase lo mismo que me terminó de suceder con Wes Anderson (director
a quien se cita en Colossal de forma explícita, por cierto). Sus primeras películas, amén de
sobrevaloradas, me parecieron decepcionantes y, en según qué momentos, irritantes.
Después,
a medida que ha ido preocupándose de verdad por contar una historia y dejando
de lado sus tics de autor alternativo y su aparente intención de aspirar a ser el
abanderado del orgullo friki, va a resultar que es posible aguantar hasta el
final del metraje sin la sensación de que se han estado descojonando en tu
cara.
El
material narrativo de Colossal parece más propio de una
comedia de Judd Apatow o de Edward Burns que de una película que se despacha
con la etiqueta de la ciencia ficción y del subgénero kaiju-eiga —en cristiano, y para los que aún no hemos sucumbido a la fiebre contemporánea
por la excentricidad nipona: aquellas películas que veíamos de niños en los
programas dobles de sesión continua, y en las que dragones, dinosaurios, robots
o monstruosidades gigantescas de cualquier índole se paseaban entre los
rascacielos chafando peatones a destajo. A mi memoria viene un título, Gorgo
y Superman se citan en Tokio (Jun Fukuda, 1973), que no sé si
soportaría un visionado actual—; o sea, que lo que supuestamente quiere contar
de verdad Vigalondo es una historia romántica que parte de heridas abiertas en
la infancia y que vuelven a supurar con el reencuentro de sus protagonistas ya
adultos, ambos con sus respectivas vidas sentimentales arruinadas y con el
bebercio como talón de Aquiles, espada de Damocles, caja de Pandora o gota que
colma el vaso de cubata.
Alcoholismo
y problemas de pareja vs. terror fantástico. ¿Cómo se cocina esto? Pues, o se
opta por un tratado ilustrado de paranoias y alucinaciones derivadas del
delirium tremens, o bien —y aquí hemos de reconocerle a Vigalondo el mérito que
tiene— uno trata de encajarlo de una manera casi natural, como si fuera lo más
corriente del mundo irse de buena mañana a un parque de tu pueblo y provocar
que tus acciones tengan una réplica hipertrofiada y catastrófica en la otra
punta del planeta.
Anne
Hathaway demuestra una vez más que se atreve con lo que le echen, y a la peli
le vienen bien los esporádicos guiños cómicos, como el uso de la célebre frase
del rey emérito-campechano cuando quiso pedir perdón por haber ido a cazar elefantes.
Por lo demás, no sé si es Vigalondo quien necesita aclararse o soy yo el que no
termina de pillarle el punto. Su cine me sigue pareciendo aún ensimismado,
autocomplaciente, como a mitad de camino entre parir una obra destinada al
público que paga entradas o conformarse con un divertimento para intercambiar
bromas privadas con sus colegas (que, ojo, deben de ser muchos en el gremio cinéfilo). Veremos
qué pasa con la próxima.
Director: Nacho
Vigalondo
Guion: Nacho
Vigalondo
Intérpretes: Anne
Hathaway, Jason Sudeikis, Dan Stevens, Tim Blake Nelson
País: Estados
Unidos
Tal cual...
ResponderEliminar