Álex
de la Iglesia, cincuentón que aún conserva su pinta
de freak de tienda de comics, director
rebelde, iconoclasta e irreverente —y que lleva, por tanto, el sarcasmo grabado
en su propio apellido—, es, sin duda, el elemento idóneo para dar el puñetazo
en la mesa y poner firmes a todos aquellos que llevan años de espaldas al patio
de butacas, vomitando trascendencia acartonada y pretensiones de festival
elitista.
El genio que parió El día de la bestia, Muertos
de risa, La comunidad, Balada
triste de trompeta, Perdita Durango, Crimen
ferpecto, La chispa de la vida y Los crímenes
de Oxford no es el típico progre de catálogo y paladín de la
eterna subvención. Su cine es arriesgado, brutal, libre como pocos, respetuoso
heredero de los clásicos y a la vez rabiosamente contemporáneo.
Uno puede deducir sin dificultad hacia dónde se inclinan sus preferencias
ideológicas, pero el cineasta vasco es tan profesional e inteligente que huye
de sesgar al público con panfletos y soflamas. Mientras otros se perpetúan en
el manierismo de la sempiterna idea de las dos Españas, él opta por burlarse de
lo grotesco del propio concepto, de lo absurdo de una dualidad fratricida y
trasnochada que ya deberíamos ir superando de una vez por todas.
De la Iglesia, además, puede presumir de ser el único que se atreve a hacer
calimocho con un gran reserva (o agua de Valencia con Dom Perignon, ya
puestos). Porque así es su cine. No apto para prejuiciosos ni puristas. Algunos
se arrodillan ante sus mitos y nos los presentan como intocables, y él se los
lleva de farra y los sienta a nuestra mesa (o a nuestro retrete, incluso). De
este modo, en el universo De la Iglesia conviven Buñuel, Berlanga y Almodóvar
con Ozores, Esteso y Pajares; Tarantino con Torrente, el gore con Cine de Barrio, los cánones de
Hitchcock con la astracanada carpetovetónica, los monstruos lúgubres de Todd
Browning con los frikis de la era del zapping y el videojuego.
A
estas alturas, es ya un director tan consagrado que puede permitirse vivir de
la inercia y la autorreferencia (como Woody Allen, o Almodóvar). Esto se lo
podemos reprochar ahora un poco —no mucho, que
somos fans—, pero no significa que no se lo
haya ganado como legítimo derecho.
Tampoco
vamos a negar que El bar, como sus inmediatamente predecesoras Las
brujas de Zugarramurdi y Mi gran noche, no parece buscar la
captación de nuevos adeptos, sino que da la impresión de estar concebida para
seguidores incondicionales, lo que desequilibra un poco el conjunto, ya que las
altas dosis de complicidad se ven contrarrestadas por una sensación sospechosa
de piloto automático.
La
primera media hora es antológica, una mezcla de Agatha Christie y Luis Buñuel,
un thriller claustrofóbico con un punto surrealista —ocho
personajes confinados en un espacio cerrado que no deben abandonar si no
quieren ser abatidos por un francotirador—, un
retrato vitriólico y descarado de esta época nuestra de terrorismo, corrupción,
paranoia mediática, plagas de laboratorio y fiebre de red social. Habría quedado redonda, por ejemplo, como el episodio
de una versión de Relatos Salvajes (Damián Szifrón, 2014) a la española.
El
viraje que aleja la trama del suspense costumbrista y la acerca al terror apocalíptico
le resta atractivo, y si la película se sostiene es por el oficio del director —no hay nadie en España como él— para mostrar la
acción brutal y componer un sainete satírico y escatológico en las entrañas
podridas de una ciudad que huele aún peor, aunque no lo parezca, en su
superficie.
Como
siempre, excelentes secundarios que se reparten el protagonismo a intervalos —y en este aspecto la película se resiente de la
pérdida de algunos de ellos a mitad de metraje—:
Secun de la Rosa, Carmen Machi, Joaquín Climent, Mario Casas, Terele Pávez,
Blanca Suárez, Jaime Ordóñez (cuyo personaje parece un guiño del director a sí
mismo y sus gloriosas bestias demoníacas de antaño) y un desaprovechado
Alejandro Awada (por favor, no os perdáis la serie El clan) ponen mucho de
su parte para que ese tramo final de El bar se mantenga en pie pese a que
lo mejor lo hayamos dejado muchos minutos atrás.
Director: Álex de
la Iglesia
Guion: Álex de
la Iglesia, Jorge Guerricaechevarría
Intérpretes: Blanca
Suárez, Mario Casas, Carmen Machi, Secun de la Rosa, Jaime Ordóñez, Joaquín
Climent, Terele Pávez, Alejandro Awada
País: España
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