Escopetas
de caza y secretos de familia forman un dueto que en el cine funciona casi sin
esfuerzo. Reconozco mi debilidad hacia ambos elementos —lo mismo por separado
que en tándem—, y si a ello le sumamos la presencia de actores como Darín,
Sbaraglia y Luppi, muy mal tiene que hacerlo el director en cuestión para que
no me merezca la pena el rato delante de la pantalla.
Sí
que es verdad que Martin Hodara no le saca todo el jugo al material que tiene
entre manos, y aun así Nieve negra, con sus altibajos y sus
defectos, posee suficientes virtudes como para que uno llegue hasta el final y
con ganas de que le revelen el enigma.
Empleando
un tono acorde con el paisaje gélido y el tormento interior que arrastran los
personajes, la película salta continuamente del presente al pasado (con cierta
elegancia técnica, a base de simples movimientos de cámara que, sin abandonar
el mismo escenario ni recurrir a cortes ni artefactos estéticos, nos trasladan
de un tiempo a otro con toda naturalidad) y va desgranando poco a poco un
misterio basado en la muerte prematura y accidental de un hermano pequeño, y la
incidencia que dicho suceso ha tenido en las vidas de los tres hermanos que
siguen vivos (Sbaraglia, Darín y Fonzi).
El
ritmo del relato es algo desigual, a veces estancado y un punto espeso a mitad
de metraje, como si el director hubiera querido alargar la duración a base de
estirar las secuencias (y aun así la película dura solo 87 minutos), pero la
sucesiva aclaración de los hechos nos hace recuperar el interés hasta ese desenlace
con elemento sorpresa que nos pone en nuestro lugar si es que acaso nos hemos
querido pasar de listillos: o sea, no es difícil adivinar el qué, e incluso el quién, pero el por qué se
revela en un giro que se manifiesta cuando ya casi no lo esperamos, como los
goles de Sergio Ramos en el minuto 93 (vale, y ahora también los de Messi).
Darín
siempre es una garantía, en este caso alejado del perfil de galán o de héroe
popular para lucir greñas y humor de perros como ermitaño taciturno y montaraz.
Eso sí —ojo al dato—, su personaje es secundario, sale poco, mucho menos de lo
que sugieren los soportes promocionales. El verdadero protagonista es Leonardo Sbaraglia,
que defiende igual de bien un papel dotado de cierta ambigüedad; y en cuanto a Luppi,
ya octogenario y no para muchos trotes, basta con agradecer una vez más su
presencia, aunque solo sea para recordarnos que no hay nadie que dé más miedo
que él cuando se cabrea.
No
es un thriller para todos los públicos; en especial desaconsejada para públicos
que asocian sin excepción la intriga a la acción trepidante y al ruido. En lo
que a mí respecta, ya lo he dicho: el tema principal me interesa, los actores
me interesan, y una escopeta de caza rondando por ahí es casi siempre promesa
de un festín cinematográfico. A las pruebas me remito: El aura (Fabián Bielinsky,
2005; también con Ricardo Darín, por cierto), La caza (Carlos Saura,
1966), La caza (Thomas Vinterberg, 2012), Aflicción (Paul Schrader,
1997), Perros de paja (Sam Pechimpah, 1971), Bosque de sombras (Koldo
Serra, 2006), Skyfall (Sam Mendes, 2012), Tarde para la ira (Raúl Arévalo, 2016)…
Director: Martin
Hodara
Guion: Martin
Hodara, Leonel D’Agostino
Intérpretes: Leonardo
Sbaraglia, Ricardo Darín, Laia Costa, Federico Luppi, Dolores Fonzi
País: Argentina