Convengamos
en que el postureo friki existe. El friki ya no es necesariamente un marginado,
y determinadas obras, corrientes o tendencias que acostumbramos a incluir en el
catálogo oficioso de frikismos son ya tan cool
como los zapatos de Manolo Blanik o el iPhone nosecuántos (he perdido la
cuenta).
Precisamente
por esto tenía yo mis temores antes de ver The diaster artist. Me olía que a
James Franco le apetecía pegarse un pasote para vacilar a la industria y ganarse
el título —aparentemente despectivo pero más pretencioso de lo que se nos
quiere vender— de director maldito, o rebelde, o alternativo, o bueno, sí,
friki.
Dicho
de otra manera: sospechaba que no se trataría de una comedia para el público,
sino de un divertimento exclusivo para su autor. Por suerte me equivoqué, y
aunque es verdad que tiene momentos genuinamente graciosos y otros que lo
pretenden y no lo son tanto, en general The disaster artist es curiosa y
entretenida, recomendable sobre todo para los aficionados a ese subgénero
conocido como “cine dentro del cine”, que abarca desde las clásicas Cantando
bajo la lluvia (Stanley Donen, Gene Kelly, 1952), El crepúsculo de los dioses (Billy Wilder, 1950) o Cautivos del mal (Vincente Minelli, 1952) hasta las
modernas Ed Wood (Tim Burton, 1994), Boogie nights (Paul Thomas Anderson, 1997) o Vivir rodando (Tom DiCillo, 1995). Esta última es la más cercana
como obra de ficción, aunque la peculiaridad del protagonista y el hecho de que sea un personaje real hace inevitable la asociación con la
película de Tim Burton.
Pero
hay una diferencia fundamental: Ed Wood era un megalómano casi naif, un
animador de cumpleaños infantil que se creía Orson Welles, mientras que Tommy
Wiseau es poco menos que un zumbado que se cree un artista complejo y
transgresor. Wood es el niño pequeño que te enseña los cuatro rayajos que ha pintado
y al que le dices que es un dibujo precioso; Wiseau es el cuñao o el vecino
plasta que se cree Kubrick y quiere engancharte para que veas el “artístico”
vídeo de la comunión de su hijo.
La
película recrea el rodaje de The room, un truñardo tan apestoso y
lamentable que terminó siendo reivindicado por la incipiente aristocracia friki
para amenizar sesiones golfas y practicar el malsano ejercicio de descojonarse
de una obra creada justo con la intención opuesta. Ya lo hemos dicho aquí más
de una vez: cuando se traspasa la frontera de la máxima intensidad, se entra en
el terreno de la comedia involuntaria. Eso le ocurrió al tal Tommy Wiseau, en
cuyo pellejo se mete el propio Franco logrando un calco casi perfecto y que
puede apreciarse en detalle durante la sucesión de planos paralelos que
acompañan a los créditos finales.
Dependiendo
de cómo se afronte el visionado (o bien del número de manuales de coaching y
similares que uno lleve en el cuerpo) caben dos conclusiones: que no importan
los resultados si el trabajo se realiza con empeño e ilusión, o bien que si uno
se cree más artista que nadie solo por ser más raro estará condenado
irremediablemente al ridículo.
Confieso
que durante unos minutos, recién terminada la película, se me despertaron las
ganas de ver The room, por puro morbo, supongo. Suerte que se me pasaron
enseguida y sigo siendo noventa minutos más cuerdo.
Director: James
Franco
Guion: Scott Neustadter, Michael H. Weber (basado en el
libro de Greg Sestero y Tom Bissell)
Intérpretes: James
Franco, Dave Franco, Seth Rogen, Alison Brie, Zac Efron
País: Estados
Unidos
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