Una
filmografía de tres películas en catorce años no es mucha cantidad, pero a
Pablo Berger le ha bastado para dejarnos claro que va a la suya y no pretende
ser comparado con nadie, ni siquiera con él mismo.
La
peculiaridad de su cine está en que parece tomar siempre el camino más
inesperado. El material de Torremolinos 73 (2003) era propicio
para perpetrar una oda nostálgica a las martingalas calenturientas de Mariano
Ozores, para hacer comedia bufa y chabacana a lo Pajares y Esteso, para sumar
un miembro más a la nómina de comediantes costumbristas defenestrados por la
crítica y la siempre sufrida cinefilia de sala diminuta. Nada más alejado de
ello, pues Torremolinos 73 sigue siendo hoy por hoy una de las películas
más singulares del último cine español, una obra admirable en lo estético y en
lo dramático, en lo interpretativo y también en lo cómico, una sátira y un
homenaje al mismo tiempo, los que hayáis nacido entre los 60 y los 80 sabréis
bien de lo que hablo.
Después
le puso pantalón largo y pelo cano al cuento infantil de Blancanieves (2012) para
componer un drama oscuro por el que asomaban lo mismo Lorca que Nosferatu, y con
el que además se ganó su hueco en las pasarelas y las vitrinas.
En
Abracadabra
podría haber tirado por la vía fácil del humor castizo de mesa camilla y barra
de bar, o bien arriesgar llevando el esperpento al máximo, imitar a Almodóvar
en su visión petarda y posmoderna del Madrid suburbial, o bien tomarle el
relevo a Álex de la Iglesia y tarantinizar,
por así decir, los horrores y los crímenes nuestros de cada día.
Un
poco por ahí van los tiros, como en un hibrido de la serie Aída y El
día de la bestia (Álex de la Iglesia, 1995), con gags que parecen solo
burros pero que albergan un saludable mecanismo irónico, con otros tan absurdos (como el protagonizado por Julián Villagrán) que a punto están de chirriar como uñas en una pizarra, y con detalles de un
humor negrísimo e inesperado, prueba palpable de que a este director le
interesa más respetar su obra que agradar a todo el mundo.
El
tema de fondo no es precisamente para tomarlo a coña. Papá está raro de pronto
porque ya no maltrata a mamá, y todo, según parece, por culpa de ese primo patoso,
patético y enfermo de platonismo que juega a convertirse en mago de bodas,
bautizos y comuniones. Un asunto que daría lo mismo para la tertulia de cotilleo
de Ana Rosa Quintana que para el aquelarre dominguero de Íker Jiménez, y que
aquí se nos presenta en forma de comedia envenenada e inclasificable.
Tanto
la lectura social como la simbólica están tratadas con la elegancia de los autores
que no se jactan cada segundo de serlo, y los actores, como de costumbre en el
cine de Berger, logran hacer creíbles unos personajes que cuando la luz de la
sala se enciende solo parecen concebibles en las pesadillas de un veterano de
la Ruta del Bacalao. Verdú, De la Torre y Mota huelen a Goya desde aquí; ya
veremos.
Una
película recomendable, pero, eso sí, no para cualquiera. Me temo que el
espectador contemporáneo no está para complejidades y salidas bruscas del guion
que tan férreamente le marcan las telecomedias al uso.
Director: Pablo
Berger
Guion: Pablo
Berger
Intérpretes: Maribel
Verdú, Antonio de la Torre, José Mota, José María Pou
País: España